
Hace más de 30 años que soy parte de la industria financiera y me considero un gestor, actor y testigo privilegiado de su evolución y aceleración.
La incorporación de tecnología, desde la irrupción de internet y el celular hasta la inteligencia artificial, junto con la transformación de los hábitos de las personas, amplió la oferta de servicios y generó una demanda de experiencias cada vez más personalizadas. Esto dio lugar a un ecosistema más diverso e integrado, con la aparición de fintechs y nuevos jugadores.
De todo este proceso me queda una lección central: más allá de los cambios tecnológicos, nuestra esencia no cambia. Nuestra misión sigue siendo brindar soluciones financieras que simplifiquen la vida de las personas, minimizando la fricción en cada interacción. Ese fue, es y seguirá siendo nuestro propósito.
Innovar en finanzas no significa simplemente sumar tecnología. Implica rediseñar la experiencia del cliente, cuestionar procesos que parecían inamovibles, animarse a ser disruptivos y alinear a toda la organización en torno a un propósito: generar valor real.
En Supervielle, esa convicción nos llevó a romper paradigmas y buscar simplificar la experiencia financiera cotidiana de los clientes: fuimos el primer banco en lanzar una Cuenta Remunerada para brindar rendimiento sin tener que realizar ninguna operación, al abrir la primera tienda bancaria en Mercado Libre para ofrecer beneficios donde los clientes eligen comprar, al incorporar a IOL para simplificar la forma de invertir y al integrar todo en una SuperApp que reúne pagos, inversiones, financiamiento, compras y gestión en una sola interfaz. Es un modelo que combina capacidades propias y de partners, con el objetivo de ofrecer una propuesta amplia, simple y accesible.
La resistencia al cambio siempre existe, pero se supera con liderazgo, comunicación efectiva y equipos empoderados que tengan la capacidad de decidir y ejecutar.
El futuro de la industria se está definiendo hoy. La inteligencia artificial y el análisis de datos ya forman parte de la agenda cotidiana. Su valor no reside en la promesa, sino en su aplicación concreta: atención conversacional más eficaz, evaluación crediticia más precisa, mayor seguridad y decisiones más informadas. La IA no reemplaza el criterio; lo potencia, siempre que se la utilice con responsabilidad.
Al mismo tiempo, el desarrollo del país requiere una banca especializada, capaz de acompañar a las cadenas de valor que impulsan el crecimiento: energía, minería, agro y economía del conocimiento, entre otras. No alcanza con otorgar crédito genérico; es necesario entender contratos, flujos y particularidades de cada sector para ofrecer financiamiento a medida y a gran escala.
En ese sentido, el crecimiento de emprendimientos, comercios, empresas, sus empleados y las industrias en general es la verdadera “materia prima” de la banca. Sin más compañías que crezcan, sin más trabajadores formalizados y sin mayor bancarización, no hay base sólida para expandir el crédito. Y el crédito, lo sabemos, es el motor que activa el círculo virtuoso del desarrollo.
El sistema financiero argentino tiene un enorme potencial para convertirse en un verdadero motor de crecimiento. Nuestros índices de financiamiento sobre el PBI aún están muy por debajo de los estándares regionales y globales. Esa brecha, sin embargo, también representa una gran oportunidad.
Con políticas públicas que aporten previsibilidad, estabilidad y reglas claras que promuevan la inversión, tenemos las condiciones para transformar ese potencial en realidad.
Mi frase de cabecera es simple, pero poderosa: hacer que las cosas sucedan. Si cada uno, desde su ámbito, asume este compromiso, estoy convencido que el sistema financiero y la Argentina tienen por delante un horizonte de desarrollo sostenido.

