Retratista eximia, editora de grandes libros de fotografía, curadora y pionera de espacios que le dieron estatuto de obra de arte a la disciplina, Sara Facio murió este martes en Buenos Aires, a los 92 años. La despedida será el miércoles 19 de junio, entre las 11 y las 15, en la sala ubicada en Av. Congreso 1757, en Buenos Aires. Mujer de sólida formación cultural, amante de las bellas artes y feminista, Sara construyó su estilo propio y apuntaló la consolidación de una fotografía argentina, junto a su maestra Annemarie Heinrich, y en sociedad con Alicia D’amico.
La noticia fue confirmada a Clarín por Graciela García Romero, encargada de su archivo personal. En la actualidad dirigía la Fundación María Elena Walsh, quien fuese durante décadas su pareja.
En su frondoso archivo, que desde poco más de un mes había legado a la Fundación María Elena Walsh, su compañera durante más de 40 años, estará una imagen icónica de su biografía: ella junto a otras dos chicas, en la puerta del Museo Nacional de Bellas Artes. Allí iban antes de la escuela, a devorarse los libros de arte que no se conseguían en cualquier biblioteca.
Nacida el 18 de abril de 1932 en San Isidro, enseguida formó dupla con Alicia D’Amico para cursar en la escuela de Bellas Artes y para el viaje formativo que emprendieron en 1955 gracias a una beca del gobierno francés. En Europa adquirió su cámara, que empuñó siempre con las obras maestras en mente.
Con Alicia D’amico y Annemarie Heinrich compartieron, con una afable severidad, la búsqueda de la imagen justa. «Las tres éramos un jurado permanente: no salía una foto de nuestro estudio si no estábamos de acuerdo de que no nos daba vergüenza», admitió en una entrevista con el Ministerio de Cultura.
Con Heinrich como su tutora, se introdujo en el fotoperiodismo y con una ayuda del Fondo Nacional de las Artes pudo tener su primera cámara profesional. Su primer libro, Buenos Aires, Buenos Aires (1968), lo firmó con Heinrich y lleva un texto de Julio Cortázar. El retrato del escritor argentino que Facio le hizo dio vuelta al mundo como icónico de esa expresión aniñada y despreocupada.
Es la imagen de Cortázar que todos tenemos en mente. «Nunca pienso en el espectador, pero me asombra que una foto como la de Cortázar le guste a todo el mundo«, decía con extrañeza.
Sentía que desaparecía
Reservada de carácter, con la cámara en la mano sentía que desaparecía, como detrás de un biombo, y se entregaba a una tarea siempre ligada a cierta audacia. Más que oficio, llamaba vocación a su tarea, vinculándola siempre al arte.
Después de emprender proyectos de publicidad y retratos periodísticos, se aventuró junto a D’Amico a capturar el espíritu de los escritores latinoamericanos y otras figuras de la cultura. Entre ellos, Jorge Luis Borges, Roberto Goyeneche, María Elena Walsh, Ernesto Sábato, Astor Piazzolla, Doris Lessing y Federico Leloir. Sentía gratificante conversar con ellos durante la sesión, meterse en sus mundos. Retratos y autorretratos (1974) reúne varios de ellos con textos de los autores.
Con Cortázar publicó además Humanario (1977) y Geografía de Pablo Neruda (1973), con el poeta chileno.
Especializada en ensayos sociales y periodismo gráfico y escrito, colaboró en diarios y revistas de la Argentina, América y Europa. Creó secciones especializadas en Clarín primero, luego en La Nación y en las revistas Autoclub, Vigencia, Cultura, Fotomundo. Un trabajo de agencia sobre la jornada de duelo por la muerte de Juan Domingo Perón en 1973, con los años atravesó las controversias, transformándose en un retrato humano y de época, que tuvo una gran exposición en 2018 en Malba.
Su trayectoria internacional, que atraviesa gran parte del siglo XX, la incluyen en muestras colectivas en el Centro Pompidou de París, el Palacio de Bellas Artes de México, Museo de Arte Contemporáneo de Madrid, Casa de la Cultura de Kassel, Alemania, The Saatchi Gallery de Londres, Museo del Barrio en Nueva York, Shadai Gallery, Tokio, Museo de la Fotografía de Charleroi, Bélgica, Museo de Berlín y los principales museos de la Argentina.
Sus fotografías están en las colecciones permanentes del MoMA, del Museo Reina Sofía de Madrid y en prestigiosas colecciones particulares.
Sara siempre trabajó por el reconocimiento de la fotografía como arte. En 1973, junto con María Cristina Orive, creó La Azotea, una editorial fotográfica dedicada a la producción y difusión del arte fotográfico. En 1979, junto a colegas como D’Amico, Eduardo Comesaña, Andy Goldstein, Heinrich, María Cristina Orive y Juan Travnik, fundó el Consejo Argentino de Fotografía, para difundir y estudiar la fotografía nacional, y conectarse con el mundo.
«Estamos construyendo un abanico de temas y técnicas que puede ser un tipo de fotografía argentina, que tiene una espontaneidad, una libertad en nuestras fotos que es muy linda, no tan elaborada, y que me gusta mucho», decía sobre la naturalidad que caracteriza a la fotografía argentina.
Nuevos espacios
Como gestora de espacios, en 1985 creó la Fotogalería del Teatro San Martín, que dirigió hasta 1998 y donde presentó más de 160 exposiciones con sus catálogos. Comenzó a formar su propia biblioteca con los fotógrafos que admiraba.
Con el tiempo, más sistemáticamente, los organizó por países y orden alfabético. Allí están los grandes maestros, pero el mexicano Álvaro Álvarez Bravo y el brasileño Sebastiao Salgado estuvieron siempre entre los que la emocionaron. Llegó a contar con más de mil volúmenes dedicados a la historia del medio, colecciones especializadas y ensayos fotográficos.
Con la donación del 25 por ciento de las fotografías de su archivo personal, Sara Facio creó en 1995 la colección de fotografía del Museo Nacional de Bellas Artes, durante la dirección de Jorge Glusberg. Cuando cumplió 90 años, donó todos sus libros de fotografía a la biblioteca del Museo Nacional de Bellas Artes.
Entre muchas distinciones, recibió la Medalla de los XXII Encuentros Internacionales de Arles en 1991, el Konex de Platino en 1992, el Premio Trayectoria de la Asociación Argentina de Críticos de Arte, 2004, y el Premio a la Trayectoria de la Revista Ñ (2014), además de los reconocimientos a varios de sus libros de arte. Para el Centenario de Borges, el Correo Argentino utilizó el retrato que ella le hizo.
En los últimos años, muy lúcida, Sara se aventuró a la fotografía digital pero admitía que se escapaba a su búsqueda: la verdad. La iconografía cultural de un siglo pasó delante de su lente y, con la implacable amabilidad, ejerció su convicción: las mejores imágenes, esas que tengan una mirada personal. Nos legó todas sus imágenes y un trabajo comunitario, invaluable para todos los fotógrafos que llegaron después.