Utilizando los brazos a modo de claqueta de rodaje improvisada, una mujer sudanesa que usaba hijab negro y caftán blanco y negro golpeó sus palmas para señalar el comienzo del ensayo. El resto –actrices amateurs que llevaban puestos graciosos bigotes adhesivos– se desplazó hacia sus marcas improvisando una escena en un salón de belleza para mujeres donde por accidente se tiñe de azul el cabello de una clienta.
Al terminar la escena, todas ellas bromeaban histéricamente acerca de cómo podían interpretar mejor sus papeles la próxima vez. Escenas como esta son comunes en el Taller Creativo Kuluhenna, que se lleva a cabo en un clubhouse comunitario de las afueras de esta ciudad de Yorkshire. El taller está abierto a todas las mujeres locales, pero se focaliza en comunidades de inmigrantes que comprenden personas refugiadas y solicitantes de asilo.
La clase de 90 minutos, que el Teatro Mafwa imparte desde 2019, constituye un espacio feliz. Cada semana unas 15 mujeres se reúnen allí para contar historias, bailar, actuar y charlotear. Se les proporciona pases de traslado en autobús, una zona de juegos para sus criaturas pequeñas y personal de salud en el lugar por si alguna de las concurrentes quisiera hablar.
Cambio de vida
Eman Elsayed, madre de tres hijos originaria de Egipto, cuenta que antes de unirse al taller en 2020 estaba “deprimida, aislada y harta” de su vida en Leeds. Pero con el tiempo, especialmente después de incorporarse al programa de artistas asociados del Teatro Mafwa en 2021, sintió que su vida cambiaba.
“El arte es una varita mágica”, dijo Elsayed, que ahora tiene trabajo remunerado realizando actividades de extensión comunitaria para el programa. «Pero es necesario creer y tomarse el tiempo de ver qué efecto tiene.»
El proyecto del Mafwa es sólo un ejemplo de una tendencia más amplia: en todo el mundo cada vez más grupos y personas individualmente utilizan las artes para empoderar, unir e incluso ayudar a curar a gente que ha sufrido traumas, guerras y desastres naturales o discriminación, pobreza y desplazamiento.
La idea de curar a través de las artes es el tema general de la conferencia «Art for Tomorrow» de este año, un evento anual convocado por la Fundación Democracia y Cultura con paneles moderados por periodistas de The New York Times.
En la edición de este año en Venecia, el panel “Las artes como mediadoras finales” examinó recientemente cómo personas y grupos están utilizando el arte en el desarrollo comunitario e internacional y en programas de consolidación de la paz.
Un espacio de verdad
“Lo que yo he observado es que las artes te permiten crear un espacio de verdad”, afirmó Adama Sanneh, panelista de la conferencia y cofundador y director ejecutivo de la Fundación Moleskine. A través de su Fondo de Pioneros de la Creatividad, la fundación otorga subvenciones a programas comunitarios pequeños que utilizan las artes para favorecer el cambio social, entre ellos el de Mafwa, que el año pasado recibió una de esas subvenciones.
«Son algo neutralizador y ante lo público, lo político, existe ese espacio que va directo a lo personal«, prosiguió Sanneh. «Cuando se es capaz de crear ese tipo de ambiente, aunque sea por un segundo, pueden suceder cosas concretas.»
La gente creativa ha comprendido hace mucho el poder de las artes para enseñar pensamiento crítico y dar a las personas sentido de entidad. Toni Shapiro-Phim, directora del programa de Artes y Consolidación de la Paz de la Universidad Brandeis, de Massachusetts, EE.UU., señaló que “las comunidades de todo el mundo reconocen desde hace largo tiempo la potencia de las artes” para crear cambio social constructivo.
Por ejemplo, ilustró, en lo que hoy es Myanmar, hace más de un siglo los cuentos representados con títeres tradicionales eran “a veces las únicas historias que se burlaban de las autoridades o mostraban formas alternativas de imaginar qué era posible, cómo ser una buena persona en el mundo.» Alrededor de esa misma época, en Rusia, artistas como Marc Chagall les enseñaban arte a huérfanos judíos como manera de ayudarlos a superar su trauma.
Más recientemente han surgido proyectos basados en esta idea en lugares como Bosnia, Kirguistán, Sudán del Sur e Israel.
«En un entorno creativo se da el encuentro con el ser, un despertar a tu propio inconsciente, a tus propias experiencias», comentó Tammy Federman, cineasta cuyo nuevo documental Memory Game (Juego de memoria) se centra en una troupe de teatro de sobrevivientes del Holocausto en Israel coordinada por AMCHA, organización israelí de servicios de apoyo social.
“Pero también hay un encuentro del grupo porque una persona habla de esta experiencia tan traumática y alguien puede identificarse con ella. El entorno da coraje para abrirse, compartir la experiencia propia y también hay alegría, hay humor, hay movimiento y creatividad”.
Y si bien una investigación realizada por la Universidad Brandeis e IMPACT – organización sin fines de lucro surgida de una iniciativa de Brandeis– encontró que los esfuerzos del sector creativo que abordan desafíos difíciles “no se comprenden adecuadamente y no cuentan con suficientes recursos y/o financiación”, existe cada vez mayor comprensión de que a través del arte tanto comunidades como personas aisladas (incluidas aquellas que “han sido avasalladas o reprimidas”) pueden hacerse escuchar.
Construcción de la paz
Admitiendo esto, diversas instituciones y donantes, según Tiffany Fairey, socióloga visual del Departamento de Estudios de Guerra del King’s College de Londres, han comenzado a tomar seriamente las artes como herramienta de construcción de paz de «una clase de poder blando viable».
“La principal crítica a la paz liberal es su descuido de las personas que se ven directamente afectadas por el conflicto, el hecho de que las propias comunidades carezcan de voz en las políticas y programas de construcción de paz”, puntualizó Fairey. Ahora, destacó, “la gente está confiando en las artes por su capacidad de involucrar a la comunidad”.
El terapeuta israelí de psicodrama Ronen Berger, que también fue panelista en Venecia, dejó entender que una de las razones por las que las artes podrían tener tanto éxito a la hora de ayudar a la gente a lidiar con el trauma colectivo es que las prácticas creativas como la danza, la narración de cuentos y las canciones se remontan a la infancia.
“Ya desde la primera infancia, cuando iniciamos nuestra comunicación con el mundo lo hacemos a través del juego, a través de voces, de canciones, a través del balanceo, que es danza”, indicó Berger. «De modo que esta forma de trabajar es muy primaria y muy universal.»
El terapeuta hizo saber que cuando trabaja en grupos grandes la forma más fácil de conectarse es mediante ritmos como los que se marcan con las palmas. “De esta manera se superan las barreras lingüísticas, culturales y de edad”, añadió, subrayando que la participación es importante porque no sólo puede crear conciencia sobre un tema, sino que también permite a los participantes sentirse vistos e integrando una comunidad más amplia. «Podemos llegar a conocernos entre nosotros y sentir que estamos haciendo algo juntos.»
Esa idea, la de conectarse en torno a algo simple, llevó a Michael Lessac a fundar Global Arts Corps (Cuerpo global de las artes, GAC), que ha producido obras de teatro en áreas de posconflicto como Irlanda del Norte, los Balcanes y Camboya. El GAC comenzó con La verdad en la traducción, una obra que se estrenó en Kigali, Ruanda, en 2006 y contaba la historia de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación de Sudáfrica a través de los ojos de los traductores.
La obra viajó a varias zonas postconflicto, dando lugar a diálogos y debates más amplios. “Solía tener gente que se me acercaba en los ensayos y me decía ‘Bueno, creo que no podría unirme a tu proyecto porque no creo en el perdón’”, dijo Lessac, entre cuyos créditos como director de televisión figuran Taxi, Newhart y Todo el mundo quiere a Raymond.
“Y en ese momento no hablábamos de perdón. Yo les decía: ‘No estoy pidiéndoles que crean, estoy pidiéndoles que lo ensayen’”. Lessac ha dicho que a menudo les requiere a sus intérpretes que interpreten la emoción opuesta a la que sienten.
Saltar a lo opuesto
“Entonces, si es odio, actuás amor, y se captan muchas cosas como resultado de saltar a lo opuesto”, precisó. “En ese aspecto pasás por un proceso que nunca podrías atravesar si tenés tres abogados y al elemento opresor interponiéndose en el camino.”
Las artes también pueden llamar la atención sobre los problemas. El programa londinense No Direction Home (aproximadamente, Sin vuelta a casa), que ofrece talleres y roles menores orientados a capacitar a personas refugiadas y migrantes para que realicen monólogos humorísticos, ha puesto en escena espectáculos que entretuvieron público a millares.
Almir Koldzic, director y cofundador de la organización Counterpoints, que conduce No Direction Home y la Semana de los Refugiados en Gran Bretaña, expresó que el arte tiene “la capacidad de mejorar nuestro bienestar, colaborar a nuestra salud mental, permitir que las personas utilicen la creatividad para aceptar sus pérdidas”.
«En un nivel más amplio», declaró, «las artes tienen un potencial enorme para abrir espacios de conexión e invitar a las personas a desarrollar su empatía».
© The New York Times / Traducción: Román García Azcárate