A corto plazo –aunque el marco no estará listo para la feria arteBA–, en el país ya se podrá vender arte sin regulación estatal de ningún tipo. Se estima que el Secretario de Cultura, Leonardo Cifelli, incluirá esta noticia entre sus anuncios del martes próximo, en la inauguración de la nueva muestra del Fondo Nacional de las Artes. Esta eliminación de trabas agilizará la venta de arte contemporáneo a coleccionistas e instituciones extranjeros, pero alcanzará también a obras que el Estado podría juzgar irremplazables para el patrimonio del país, a partir del criterio de un consejo, cuya firma era requerida.
Un ejemplo: el famoso bombardero con su Crucifixión de León Ferrari, propiedad de la Fundación que crearon sus herederos, podría ser comprado por un museo del exterior, por el simple acuerdo de un precio.
No fue el Secretario Cifelli quien dio el preanuncio. En su mensaje ante el Consejo de las Américas, antes de que el presidente Javier Milei se dirigiera al auditorio, el Ministro de Desregulación y Transformación del Estado, Federico Sturzenegger, reveló algunas de las primeras medidas de liberalización del comercio en general.
Eligió por segunda vez un ítem cultural sensible para precisar su punto: “Exportar una obra de arte es un verdadero incordio; hay que ir al Ministerio de Cultura (ya no hay tal ministerio, hoy es una secretaría). Y si el artista murió hace más de 50 años, el Estado debe decidir si quiere comprar la obra», explicó. Esto hasta ahora era efectivamente así, como en buena parte del mundo.
“La idea es desmalezar, no buscar que eso funcione mejor, sino preguntar por qué eso está ahí”, precisó el Ministro Stuzenegger, en referencia a las trabas comerciales. «No se trata de simplificar, sino de eliminar”.
Haciendo historia reciente, las trabas para la exportación de arte contemporáneo tuvieron añadidos kafkianos durante la segunda presidencia de Cristina Kirchner; para los artistas activos, esto llevó a un aislamiento del mercado del arte.
Los artistas y galeristas recurrían a atajos inverosímiles para vender obra al exterior, al punto de que algunos marchands llegaron a instalar a sus artistas afuera, para que produjeran allí y vendieran libremente su obra. Sin embargo, esto se había simplificado mucho, a través de un trámite online. Alude Sturzenegger a la Ley 24.633, de circulación Internacional de Obras Artísticas, que requería de ese permiso de exportación definida por el Estado, a través de un consejo que debía ser convocado para evaluar si la venta, incluso entre privados, implicaba una pérdida de patrimonio.
La actual iniciativa libérrima de apertura comercial podría propiciar una «barata» de «bienes culturales», en momentos en que el cambio del peso favorece la compra por docena y el coleccionismo se ve afectado por la crisis. Procede del mismo economista –un «coloso», según el presidente Milei– que anunció el cierre del Fondo Nacional de las Artes en diciembre, una medida afortunadamente conjurada.
Subrayan las fuentes de la Secretaría de Cultura que esta vez se está trabajando de manera consensuada. El riesgo concreto es que las autoridades del área perderán la potestad de decidir qué obras no están a la venta por todo el oro del mundo. Las obras, particularmente las que tuvieran valor histórico para el país, quedaban sujeta a la opción de preferencia en la compra por parte del Estado o de coleccionistas residentes.
Los cambios básicos de este decreto son, primero, que elimina la posibilidad de que el Estado o terceros puedan comprar la obra artística en forma compulsiva, ya que se considera que esa medida es violatoria del derecho a la propiedad, o contra la libertad de los propietarios. Para ello, anula el trámite de permiso, disuelve el consejo y quita autoridad de aplicación, ya que se considera una traba burocrática. También flexibiliza las limitaciones entre particulares para la forma de transportar las obras, siempre que sea en los términos que se acuerden entre el transportista y el privado.
¿Se levanta la barrera para la colección Blaquier?
Para algunos, la supresión de este consejo de autoridades podría ser una medida «a la medida», con dedicatoria. De hecho, el país viene de una pérdida grave, cuando a comienzos de 2023 trascendió que 10 obras de maestros pertenecientes a la Colección Blaquier salieron del país rumbo a Luxemburgo de manera irregular con un supuesto permiso de «exportación temporaria». Nunca regresaron.
Incluía cuadros de Van Gogh, Cézanne, Monet, Renoir, Degas y Gauguin, valuadas en más de US$350 millones. Los herederos siguen en falta con la Aduana, a la que deben una multa millonaria. Y todavía quedan decenas de obras magistrales en esa pinacoteca. Y ¡atención!, es la Secretaria de la Presidencia, Karina Milei, quien tiene a su cargo toda el área de Aduana y también ya bajo su ala –demorará pocos días en salir en el Boletín– la Secretaría de Cultura.
Curiosamente, no fue un gobierno democrático sino la dictadura de Juan C. Onganía, la que logró la recuperación espectacular de parte de la Colección Guerrico, en los 60, la cual había viajado sin el debido permiso para salir a remate en Londres.
Funcionarios de Cultura de ese período de facto viajaron de inmediato y, ante el escándalo, esta familia de origen patricio decidió donar un lote valioso al MNBA. Las piezas –pintura pero también escultura y piezas de platería– pueden verse en una bella sala propia, de muros color granate, en el Museo.
Agreguemos que todos los países que cuentan con patrimonios culturales destacados tienen esta clase de regulación; de hecho, muchas obras europeas ni siquiera son cedidas para exposiciones. Los países saben que ese conjunto de «bienes culturales» (esta noción es de origen italiano) existe también como sinónimo de nacionalidad, y «marca país».
Así, el estatal National Trust británico está obligado a difundir aquellas obras que se pretende vender y convocar al auspicio de donantes, para evitar la pérdida de patrimonio. Los museos de Brasil todavía sangran en público por haberse permitido que emigrara Abaporú, la obra de Tarsila do Amaral, hoy propiedad de Eduardo Costantini.
Los mismos lamentos podríamos lanzar nosotros al ver el conjunto Ciudad Hidroespacial, de Gyula Kosice, hoy exhibida en el Malba, excepcionalmente cedida en préstamo por el Museo de Arte Contemporáneo de Houston, su propietario. Otro ejemplo regional de este celo: cuando se hizo la muestra de Remedios Varo en el Malba, en marzo de 2020, cada tela viajó a Buenos Aires por separado, para evitar una pérdida total en caso de accidente aéreo, y acompañada en el vuelo por un custodio «personal».
Hasta ahora la ley requería un trámite de aviso o licencia de exportación o importación, ante un consejo, y definía una autoridad de aplicación. En su esencia, busca conservar el patrimonio de los argentinos para sus ciudadanos. Fuentes de la Secretaría de Cultura deslizan que aún hay margen para revisar y establecer alguna excepción válida; la eliminación de la ley no estará en vigor hasta dentro de varias semanas.