Fue verdad que al escritor Julio Verne le disparó su sobrino Gastón sin motivo aparente. También fue verdad que el autor de 20.000 leguas de viaje submarino tuvo una tortuosa relación con su hijo Michel. Incluso la denuncia que presentó para que el muchacho terminara preso también está documentada. Sobre esos hechos casi novelescos es que el escritor argentino Sergio Olguín (Buenos Aires, 1967) edificó una novela vertiginosa, bien al estilo de su prosa eléctrica y cinematográfica que aborda los años finales del francés: Los últimos días de Julio Verne (V&R).
“Reconozco que está bastante tergiversada la cronología de estos hechos”, dice con picardía Olguín, una máquina de escribir novelas exitosas: Lanús (2003), La fragilidad de los cuerpos (2007) y la saga que inaugura con la periodista e investigadora Verónica Rosenthal, la más reciente 1982 (2017), además de cuentos y una carrera en el periodismo que incluye la fundación de la revista de cultura V de Vian en 1990 y dirigir El Amante de cine.
Ahora, explora un delta en el que la realidad y la ficción se mezclan, confunden y solapan mientras Julio Verne, el real, el histórico, se transforma él mismo en personaje. Un personaje, hay que decirlo, bastante poco querible, que involucra a su hijo en un asunto turbio que comienza cuando le encarga que se deshaga de un cadáver, con ayuda de sus amigos.
Sergio Olguín vive en una casa de San Cristóbal, que tiene una biblioteca grande en el living y otra, bautizada “chica” (aunque en materia de escritores, las dimensiones pueden no ser del todo confiables) dedicada a la no ficción. En ese espacio, rodeado por papeles, libros de lectura próxima, un cuadro “del Diego” festejando un gol con la camiseta de Boca y el calendario también bostero de Bruno Acánfora, y mientras su gata negra Bowie lo acompaña (y ocasionalmente interrumpe), responde ahora las preguntas de Clarín Cultura.
–Contaste hace algún tiempo que tus lecturas de infancia estuvieron pobladas por Salgari, Louisa May Alcott y Julio Verne, además de las revistas deportivas. ¿Cómo fue el vínculo con Verne en particular, qué leíste, qué le pasaba al niño que eras con aquellas historias y de qué manera el autor quedó en ese momento o te acompañó en el pasaje a la vida adulta?
–Los dos primeros libros que tuve de Julio Verne fueron De la Tierra a la Luna y Miguel Strogoff. En ese momento, me encantó De la Tierra a la Luna, ese despliegue de imaginación y aventuras. A partir de ahí, comencé a pedir que me compraran libros de Verne. Mis preferidas eran Dos años de vacaciones, Los hijos del Capitán Grant, La isla misteriosa, Viaje al centro de la Tierra. Y había visto en la televisión La vuelta al mundo en 80 días, película en la que trabajaba Cantinflas y que pasó a ser una de mis favoritas. Creo recordar que me gustaron pero no me fascinaron Cinco semanas en globo y 20.000 leguas de viaje submarino. El misterio y la aventura me atraían más que los artilugios tecnológicos. Me imagino que el tono «verneano» (humor liviano, escritura altisonante que sobrevivía a las traducciones y a las ediciones resumidas de Editorial Billiken) formaba parte del encanto. Con Miguel Strogoff me pasó algo especial: empecé a leerlo cuando me lo regaló mi madre, pero lo abandoné. Lo retomé algunos años después –yo tendría diez u once años– y pasó a ser la que más me gustó de sus novelas. Dejé de leer a Verne a esa edad y no volví a hacerlo hasta adulto, por cuestiones profesionales. Para mí fue un autor de infancia, de formación en el gusto por las novelas con tramas atractivas y sorprendentes. En ese sentido, no cambié mucho como lector.
Ya sale «Los últimos días de Julio Verne», mi nueva novela (VR Editoras). Veinte años deseándola escribir, un años para hacerlo, dos minutos para redactar este tuit. Se van a divertir. Ah, y acá está lo mejor: la banda de sonido https://t.co/EdMyVBQ8w0 pic.twitter.com/NShzaoJKET
— Sergio Olguin ⭐⭐⭐ (@olguinserg) February 29, 2024
–Esta novela tiene como origen una invitación de la editorial Norma para sumarla a una colección de policiales. ¿Cómo fue aquel inicio y por qué te llevó más de 20 años?
–En el 2002 o 2003, la editorial Norma quería armar una colección de novelas policiales con protagonistas que fueran escritores. Habían invitado a diversos autores latinoamericanos y me dijeron si quería participar del proyecto. Les propuse hacer una novela con Julio Verne de protagonista, porque unos años antes había leído su biografía escrita por Hebert Lottmann. La vida de Verne estaba llena de puntos oscuros, tal como lo cuenta Lottman, y de episodios poco claros. Me pareció un gran personaje. Pero nunca avancé mucho y la colección apenas publicó algunos títulos. Yo había comenzado el primer capítulo y había juntando una gran cantidad de material que me podía servir para desarrollar la historia. El proyecto siguió interesándome y cada año que pasaba sin hacerlo era una frustración. Mi temor era no poder escribir una novela de época. Nunca lo había hecho y era un desafío al que le huía. Además, siempre necesitaba tiempo para leer todo lo que quería sobre la época, además de retomar los libros de Verne. Los años de pandemia habían sido de mucho trabajo en proyectos audiovisuales, pero eso cayó en el 2022. Tenía tiempo para escribir una novela que me obligara a leer más que a escribir. Era en ese momento o nunca.
–¿De qué manera condiciona a la historia el hecho de tomar como personaje a alguien real, cuya vida se encuentra no solo documentada sino narrada en biografías?
–En todo momento tuve claro que iba a escribir una novela, o sea, una ficción. Esa era mi prioridad, no la verdad histórica. Pero la verdad resultaba tan fascinante, que podía utilizarla como punto de partida para mi historia. A Verne le disparó su sobrino Gastón y nunca se supo por que; tuvo una pésima relación con su hijo al punto de hacerlo encarcelar; el futuro primer ministro y premio Nobel de la Paz Aristide Briand durante su adolescencia conoció a Verne y Lottman –que es un biógrafo serio y documentado– cree que había una atracción entre el hombre mayor y el adolescente. Michel Verne, hoy se sabe, escribió algunos de los textos publicados póstumamente bajo el nombre de su padre, especialmente el cuento «El eterno Adán». A Verne, como al papa León XIII, les encantaba el Vino Mariani, un vino que contenía cocaína. El respetado médico Démétrius Zambaco practicó la mutilación de los órganos sexuales de dos nenas, algo que contó en un largo informe publicado en esa época. Hubo un embalsamador en Sicilia capaz de hacer que los cuerpos muertos parecieran vivos. Con esos elementos verdaderos, que yo haya inventado a una bailarina del Moulin Rouge o a un pintor hiperrealista es poca cosa. Eso sí: reconozco que está bastante tergiversada la cronología de estos hechos.
–Contaste que te interesó Verne para esa invitación por la «abundante información perturbadora» sobre Verne que ofrecía la biografía de Herbert Lottman. ¿Hubo elementos que decidiste dejar afuera?
–Dejé afuera su supuesto antisemitismo y su interés por la política porque no me parecía que aportara a la trama. Hay temas poco desarrollados en la novela pero que están sugeridos: su interés por ganar mucho dinero, el deseo de ser reconocido en el mundo académico (algo que nunca consiguió, ni en vida, ni después), el hecho de firmar en vida libros que él no escribió (por ofrecimiento de su editor y con el visto bueno del autor original) y algunas acusaciones de plagio.
–Siguiendo con el tema ficción y realidad, ¿de dónde salen el doctor Démétrius Zambaco, Leyla, Michel Verne y sus amigos, el Lobo y Gandolfo, y cuánto hay de invención y de hechos en ellos?
–El doctor Zambaco no formaba parte de la vida de Verne. Lo encontré por una frase dicha al pasar en un artículo de la Historia de la vida privada. No tuve que buscar mucho para darme cuenta que si había un personaje siniestro en la novela debía ser él. Conseguí su informe médico sobre las niñas supuestamente onanistas y decidí publicarlo –en una versión más corta– en la novela. Buscando un poco más, encontré muchos detalles de su vida que me parecieron muy atractivos para la novela: su esposa modelo de los prerrafaelitas, su amor por los perros de raza, la supuesta responsabilidad en un crimen cometido en Estambul, su alto prestigio como médico. De Michel Verne siempre me atrajo ese interés nunca alcanzado de convertirse en escritor, pero que termina siendo el responsable de los últimos libros de Verne. Y si bien no tenía el brillo de su padre como escritor, fue capaz de escribir un gran cuento de ciencia ficción y crear detalladamente algunos personajes femeninos, algo inusual en la obra de Verne. Leyla, el Lobo y Gandolfo son personajes de ficción. Aunque Gandolfo se parece físicamente a Elvio Gandolfo, traductor en los 80 de «El eterno Adán», un escritor al que quiero y admiro. En el prólogo a la antología donde aparecía «El eterno Adán», Gandolfo pone que no parece escrito por Verne. Esa intuición, que se adelantaba a los descubrimientos sobre la obra de Julio escrita por Michel, me parece admirable.
–La París de fines del siglo XIX es muy protagónica en la novela: ¿cómo la construiste?
–La literatura francesa de la época es muy rica en descripciones de lugares y costumbres. La novela fue una buena excusa para leer mucha literatura francesa, aunque después no usé casi nada de lo que leí, pero la pasé bárbaro. Tal vez no necesitaba leer todas las novelas de Maupassant, pero después de leer Una vida no pude parar. Qué escritor maravilloso, moderno, cínico, inteligente. Retomando la pregunta, diría que lo más práctico fue leer libros de historia, artículos sobre aquellos años y, además, el uso de unas guías para turistas publicadas en aquellos años. En esas guías aparece todo lo que un escritor puede necesitar: desde restaurantes, medios de transporte, precios, hasta el horario de atención de la morgue.
–Hay en la novela una exploración sobre la oscuridad de ciertos territorios asociados automática y culturalmente al bien: un padre hostil, una madre abandónica y ausente, un médico que daña… ¿por qué ponés el ojo ahí y por qué retratás como poco confiables esas zonas que se nos enseñan como confiables?
–Cuando uno escribe una novela de época, no deja de escribir sobre su propio tiempo. Tal vez los temas que hubieran tratado los escritores de fines del siglo XIX no es lo que nos interesa ahora. Los que planteas son cuestiones que me interesan desarrollar en cualquiera de mis libros: la intimidad como un espacio de conflicto, pero también de conocimiento. Las tensiones de los vínculos familiares, los abusos de cualquier forma de poder (en este caso, representado por la institución médica). Ese padre, esa madre y ese médico podían ser protagonistas de un libro que transcurre este año.
–Un punto que me interesa es la sexualidad. No solo en esta novela, también en la serie de libros protagonizados por Verónica Rosenthal, las relaciones entre los personajes son fluidas: un varón puede enamorarse de otro varón aunque lleve una vida heterosexual, del mismo modo que Verónica Rosenthal puede engancharse con una chica aunque sus relaciones sean siempre con varones. ¿Te parece que las relaciones avanzan en esa dirección o es sencillamente un recurso narrativo que no necesita ser verosímil?
–Bueno, siempre todo lo que uno pone en una novela debe ser verosímil, porque si no el lector se escapa y no vuelve. No sé hacia dónde avanzamos, ni cuánto estamos retrocediendo este año, pero sí creo que nos merecemos ser juzgados por otras cuestiones que no sea nuestra elección sexual. No debería importar si sos una persona hetero, homo, bi, trans, o asexuada. Ni tampoco debería ser una etiqueta que te marca para toda la vida. Que cada uno viva acorde a sus deseos me parece un gran plan para la vida. Y debo reconocer que mucho de esto lo aprendí viendo y escuchando a mi hijo y a mi hija. Hay una frase muy linda de Oscar Wilde que dice: «Nuestros padres no supieron educarnos pero nosotros no supimos reeducarlos a ellos». Yo creo que la nueva generación de pibes y pibas nos han enseñado mucho a los padres que tenemos entre cuarenta y sesenta años. Han sabido reeducarnos. Y espero que eso se refleje en las historias que escribo.
02.14 de la mañana y puedo decir que le acabo de poner el punto final a la quinta novela de Verónica Rosenthal. Ahora hay que corregir, cortar acá y quitar allá, pero la quinta de Vero la tenemos seguro.
— Sergio Olguin ⭐⭐⭐ (@olguinserg) June 24, 2024
–Última pregunta que vale por dos: ¿en qué estás trabajando ahora y cuánto falta para el regreso de Verónica Rosenthal?
–Ya está terminada la quinta novela de Vero Rosenthal. Son dos historias, la primera –que casi funciona como una novelita en sí misma– transcurre en 1975 y el protagonista es Aarón. Es una historia de amor en tiempos revueltos, parafraseando a la gran telenovela española. La segunda historia comienza donde terminó la novela anterior, La mejor enemiga. Es una historia sobre los vínculos familiares, sobre los duelos, las decisiones alrededor de temas como la eutanasia. También hay un caso policial, pero debo ser el único autor de novelas policiales, que considera la trama criminal como secundaria ante las cuestiones afectivas.
Sergio Olguín básico
- Nació en Buenos Aires, en 1967. Su primera novela, Lanús, apareció en 2002.
- Luego siguieron Filo (2003), El equipo de los sueños (2004) y Springfield (2007). Con Oscura monótona sangre ganó el Premio de Novela de Tusquets Editores 2009. Publicó también las novelas La fragilidad de los cuerpos (2012), Las extranjeras (2014), No hay amores felices (2016), 1982 (2017) y La mejor enemiga (2021).
- Tiene dos volúmenes de cuentos: Las griegas (1999) y Los hombres son todos iguales (2019).
- Guionista de la película El Ángel (2018), de Luis Ortega, fue también director y editor de diversas revistas culturales.
Los últimos días de Julio Verne, de Sergio Olguín (V&R).