El pensamiento mágico, los manicomios, las librerías de viejo y sus peculiares tesoros, los dioses antiguos, las rupturas amorosas y las ruinas se cuelan alrededor de hombres obsesionados por insectos, voces plebeyas al borde de la locura y científicos supersticiosos. Entre la crónica roja, el horror místico y cotidiano, y la llamada weird fiction o «ficción de lo extraño», donde es uno de los referentes latinoamericanos, el escritor mexicano Bernardo Esquinca traza una “serie de ideas rumiantes en una selva negra del horror”, como sugiere Mariana Enríquez en el prólogo, en su libro de cuentos Adonde voy siempre es de noche (Almadía), que acaba de presentarse en Buenos Aires y es una novedosa ocasión para conocer su talento narrativo; “una imaginación ardiente”, al decir de Rodrigo Fresán.
Influenciado ampliamente por Amparo Dávila, J. G. Ballard, Shirley Jackson, Thomas Ligotti, E.A. Poe y Lovecraft, el trazo grueso de Bernardo Esquinca se apoya, por sobre todas las cosas, en la conciencia de su tradición.
“Ha encantado un territorio, la Ciudad de México, y especialmente su Centro Histórico, donde la intensidad, la desigualdad y la mezcla de culturas le sirven como tapiz y trasfondo, paisaje y esencia –a veces se desvía, esparciendo lo atroz por provincias como Guanajuato o incluso otros países, pero no mucho–.
La calle Donceles, las ruinas del Templo Mayor, la colonia Doctores, la Roma: todos empiezan a verse con otros ojos después de estos cuentos, porque Esquinca disemina en sitios familiares a sus personajes insomnes y rotos”, escribió Enríquez, quien destaca el arranque del libro con “La vida secreta de los insectos”, un cuento breve y potente protagonizado por un entomólogo forense, personaje investigador clásico de Esquinca, entre lo policial y lo morboso.
Sobre muertos y vivos, miedos y pesadillas, Bernardo Esquinca habló en este diálogo con Clarín Cultura donde pasa revista al detrás de escena de su escritura, el lugar de la mirada en el terror mexicano y las estaciones más oscuras de sus tramas.
–Adonde voy siempre es de noche reúne casi veinte cuentos, la mayoría breves. ¿Cómo armaste la selección?
–Los relatos fueron elegidos por mis editores. Preferí que fuera así porque uno realmente no tiene distancia con su obra, no hay objetividad. Ellos escogieron los que a su juicio son los mejores. En lo único que intervine fue en el orden, pues me parece importante el tema del ritmo, la manera en que el lector se puede ir enganchado de acuerdo a la potencia y extensión de cada relato.
–Hay un juego con la oscuridad, la noche, con el mal, que parece estar en todas partes y en ninguna. Pero el territorio predominante es el mexicano, con los personajes deambulando en tiempos y espacios de la Historia.
–Para mí es muy importante desde donde narro. Y si voy a situar un relato en la Ciudad de México o en Guanajuato, es porque esa historia no podría ocurrir en ninguna otra parte del mundo. Entonces las características de la urbe en cuestión, su fisionomía, su arquitectura, sus recovecos, sus personajes y leyendas me dan el tono y parte de la historia a contar. La noche y la oscuridad vienen a complementar eso, como parte de una atmósfera y una territorialidad que parecen propicias para indagar sobre el mal.
–La locura parece un virus que se expande ente la ciencia, los médiums, lo esotérico, lo urbano, el crimen. Y reaparecen acontecimientos como la masacre de Tlatelolco, esa herida abierta que todavía estalla en la memoria.
–Pienso que la locura puede contagiarse. El miedo también. En ese sentido me interesa explorar la psique de los habitantes de las grandes ciudades contemporáneas: siempre estamos alienados, luchando por mantener la cordura. Ese hilo delgado lo llevo a mis personajes y al lector, para que no tenga demasiado claro qué es lo que está sucediendo en el relato: ¿es la locura del protagonista o una situación sobrenatural? Creo en la ambigüedad como motor narrativo, como un elemento esencial de la ficción de lo extraño. También pasa que a veces ni yo mismo sé cuál es la verdad en mis relatos. Respecto a “La otra noche de Tlatelolco”, es un claro ejemplo de cómo abordo el relato de terror: parto de un escenario real –esa parte de la ciudad en la que hay ruinas prehispánicas–, que tiene muchas capas históricas y un pasado sangriento, no sólo por los rituales mexicas sino también por la masacre de estudiantes en 1968. Y a partir de ahí, jugar con las posibilidades, reinventar ese pasado en el que los estudiantes pueden cobrar una venganza muy peculiar de los soldados que los asesinaron. No me interesa la realidad como tal y tampoco el pasado: para eso sirve la ficción de lo extraño, para imaginar otras posibilidades, mundos alternos mucho más interesantes que lo que sucede o sucedió.
–Hay un auge de reconocimiento sobre el género en el que se inscribe Adonde voy siempre es de noche. ¿Cómo ves ese fenómeno, cuando no hace mucho se lo veía como “literatura menor”?
–Es interesante que ahora se le empieza a ver distinto a la literatura de terror en América Latina, en cuanto a reconocimiento se refiere. En México, en concreto, siempre se le ha considerado como de segunda división, como poco «seria». Pero eso está cambiando. Y no deja de ser extraño porque, por ejemplo, en el ámbito anglosajón, nadie pone en duda que Drácula o Frankenstein son clásicos de la literatura universal. Había un prejuicio, que venía más de la Academia o de la crítica y –cosa insólita–, de los mismos escritores, que piensan que para ser tomados en serio deben escribir la literatura del establishment. Pero los lectores no tienen esos prejuicios, a los lectores en América Latina les gusta el terror, lo fantástico porque son parte de nuestra cultura, de nuestro f. Literariamente hablando, estos géneros permiten un abordaje muy diferente y profundo de nuestra realidad como latinoamericanos, porque vivimos en sociedades muy rotas, con mucha violencia, desigualdad y corrupción. Entonces, como el terror y lo fantástico no están atados a lo posible, propician una narrativa más audaz y un análisis más potente del mundo que nos rodea.
–Tenés una buena cantidad de obra publicada, aunque en la Argentina recién comenzamos a conocerte. Y también das talleres literarios. ¿Cómo vívís el oficio de la escritura en tu día a día?
–Durante buena parte de mi vida me gané la vida trabajando como periodista o como editor; ahora afortunadamente puedo vivir de la escritura. No de la venta de mis libros, porque eso es realmente complicado en un país como México, donde el índice de lectura es muy bajo. Pero vivo de escribir para cine y televisión. Hubo una época en que me interesaba escribir ficción a diario y por eso es que tengo una buena cantidad de obra publicada. Pero eso ha cambiado. Ahora estoy más enfocado en otras cosas: mi hija de diez años, me gusta mucho jugar al tenis. Es una etapa, por supuesto, y sé que luego me volverá la fiebre de la creación. Por lo pronto, saldrá una nueva novela en octubre titulada «La región crepuscular», un true crimen sobre un feminicida de los años cuarenta en México, y que es una reflexión sobre de dónde viene la violencia machista que azota a mi país.
Bernardo Esquinca básico
- Nació en Guadalajara, en 1972 y se distingue por fusionar lo sobrenatural con lo policiaco.
- Publicó la Trilogía del Terror, conformada por los volúmenes de cuentos Los niños de paja, Demonia y Mar Negro; la Saga Casasola, integrada por las novelas La octava plaga, Toda la sangre, Carne de ataúd, Inframundo y Necropolitana; la antología Ciudad fantasma. Relato fantástico de la Ciudad de México (XIX-XXI), El libro de los dioses y Asesina íntima.
- Las increíbles aventuras del asombroso Edgar Allan Poe recibió el Premio Nacional de Novela Negra de México en 2017. Su relato “Señor Ligotti” fue nominado al prestigioso Shirley Jackson Award 2020.
Adonde voy siempre es de noche, de Bernardo Esquinca (Almadía).