Una biografía puede ser el recorrido por una ruta infinita, inabarcable. Mark Twain decía que una biografía eran los meros ropajes y botones del hombre. En el libro Un tornado dulce, un recorrido por la vida-obra de Gabo Ferro, los autores Lalo Ugarte y Sergio Sánchez, buscan desmontar esa paradoja y hablan del artista, a través de su obra, quizás la única manera de revelar la complejidad de un hombre, que estaba rodeado de un aura de misterio cuando subía al escenario, ese que era el territorio de sus batallas, el espacio donde ponía el cuerpo y esa voz de joven Dios, como lo definió Mariana Enriquez, el que convocaba a los espíritus de la naturaleza y podía rozar lo divino, tocar esa dimensión donde no estaba la muerte, sino lo infinito.
Parte de esa experiencia intransferible, aparece, por momentos, en estas páginas.
Los biógrafos persiguen la construcción del mito, la metamorfosis de ese chico criado en un familia de clase trabajadora, que se convirtió en un artista renacentista, performer, historiador, poeta, y trovador existencial: el autor de piezas como “Volver a volver”, “El cuadro de mi daño”, “Soy todo lo que recuerdo”, o “Lo que te da terror”, que primero circularon en secreto y después llegaron a sonar en una novela de Telefé, pero que siempre se mantuvo a la orilla, en el camino de la independencia.
¿Cuando Gabo empezó a ser Gabo, el artista que se mostró al mundo con sus canciones?, se preguntan los autores antes de iniciar el viaje hacia los orígenes musicales, sus primeras bandas, las primeras canciones, los discos solistas, los libros, y una obra tan ramificada como sus intereses.
Retrato de un artista
La biografía de editorial Marea, deja de lado el mundo privado de Gabriel Fernando Ferro, –hijo de un trabajador del frigorífico y dirigente de Nueva Chicago, y una ama de casa de tradición peronista–, para concentrarse principalmente en construir el retrato de un artista, que convirtió el verbo en carne, que fue materia y canción, que fue cuerpo y guitarra, que fue poesía.
“Después de hacer el libro me quedó como síntesis la importancia que tenía el cuerpo en su obra. Por eso es que siento, que es difícil interpretar a Gabo. Hasta la muerte no había escuchado versiones en vivo de sus canciones. No es un autor fácil. Es indisociable su cuerpo, su voz y su palabra. Cuando Gabo murió se llevó todo, por esta cosa que siento que Gabo era en vivo, él cantando sus canciones. En el libro está desarrollado mucho esto del cuerpo como significante, la potencia escénica que tenía. Cuando se paraba en escena ya pasaba algo”, dice el periodista Sergio Sánchez.
Entre el ensayo y el relato periodístico, los autores acompañan a Gabo en su desarrollo artístico y persiguen esa huella, esa resonancia que dejó creativamente en la vida de otros, a través de unos sesenta testimonios, entre los que aparecen artistas de la tradición del rock, la canción popular, la música contemporánea y las artes escénicas.
De Lisandro Aristimuño a Emilio García Wehbi. De Mosquito Sancineto a Flopa Lestani. De Rubén Szuchmacher a Luciana Jury. De Fernando Noy a Silvio Lang. Sus voces recrean el impacto de ese primer choque con la extrañeza de su voz, la conmoción de estar frente a un unicornio de la canción.
También, aparece el testimonio de Gabo en primera persona, a través de entrevistas públicas y material de los propios autores, para contar una historia, a veces desmitificándola, o tiñéndola de enigmas, como el día que dejó a la banda Porco en medio de un show y se aisló de la música varios años para recluirse en el claustro de la academia.
Otras veces, emerge utilizando el discurso público como territorio para batirse a duelo sobre temas como la historia argentina, Rosas, el capitalismo, o la cuestión de género, en tiempos que todavía no se habían avanzado con leyes como el matrimonio igualitario y los derechos de la diversidad sexual.
Así, en las trescientas páginas del libro, aparece el niño que se sorprendió cuando le regalaron su primera guitarra a los cinco años, el adolescente que empezó a descubrir su propia sexualidad, el joven que fue impactado por el under de los ochenta y las performances teatrales de Batato Barea, Urdapilleta y Tortonese en el Parakutural; el músico que iba a convertirse en el cantante de Porco, con esos cuentos de terror que implosionaron en el rock de los noventa; y el trovador de voz andrógina y estremecedora, que surgió bajo el signo de la tragedia de Cromañon.
Música, idiomas y títeres
Gabo Ferro nació el 6 de noviembre de 1965, el mismo año que los Beatles editaron Rubber soul, y Bob Dylan sacó el memorable Highway 61 revisited, en un familia donde se hablaba de política, se escuchaban vinilos de Moris y Almendra, y donde había una pequeña biblioteca. Estimulado por sus padres, estudió guitarra con una profesora de barrio y asistió a clases de idiomas, teatro, títeres, y formó parte de un taller de lectura.
Creció en Mataderos, donde jugaba a la pelota y a saltar el elástico, en un territorio de frontera, entre el campo y la ciudad. Adentro de ese mapa imaginario de cuchilleros, payadores, rockeros, estibadores, jugadores de fútbol, y rodeado por la atmósfera de cafetines, frigoríficos y talleres mecánicos, se crió uno de los últimos hijos de esa generación de los sesenta, que estuvo atravesado por la posibilidad del ascenso social, a través del saber.
Para Sergio Pujol, que escribe el prólogo de esta biografía, Gabo fue un creador popular serio, impregnado de la poesía de Antonin Artaud, embebido en la genealogía del rock nacional, la chanson de Jacques Brel, y el tango femenino de los veinte y treinta.
Era el artista que podía cantar en una ópera contemporánea, el que reivindicaba los agudos de la cantante folklórica de los sesenta, Ginamaría Hildago y el que admiraba las baladas de Leonardo Favio: “Lo que en otros podía sonar a pose posmoderna, en Gabo estas afinidades eran honestas, en ella estaba inscripta su propia biografía”.
A través de sus canciones y sus discos, desde el seminal álbum Canciones que un hombre no debería cantar (2005), hasta el álbum póstumo Loca (2024), dejó al descubierto los conflictos en la música popular y sus discursos de género, problematizó la canción y cuestionó el cannon de belleza en la voz, (trabajó con ciertas desafinaciones y el grito), usando la guitarra como un instrumento dramático.
A la vez, podía sonar extrañamente diáfano, como un rayo de luz atravesando la oscuridad. Gabo sostenía que cantaba para traer a este mundo algo vital de otra dimensión. Su poesía funcionaba como pasaporte a ese portal, que todos atravesaban cuando lo escuchaban en sus conciertos. Era el médium.
Cuando murió de cáncer, el 8 de octubre de 2020, dejó un profundo vacío en la escena musical argentina. Esta reciente biografía de Lalo Ugarte y Sergio Sánchez, no llena ese vacío, pero permite echar una nueva luz sobre esa obra, y que se reaviven las brasas de ese fuego ardiente que fue la existencia de Gabo Ferro.
Un tornado dulce, un recorrido por la vida-obra de Gabo Ferro, de Lalo Ugarte y Sergio Sánchez (Marea).