Tienen diecisiete sílabas que se despliegan en versos de cinco, siete y cinco, como se debe. Pero no son haikus. Ana María Shua advierte al lector desde el título de su nuevo libro, su versión personal de una forma consagrada en la poesía japonesa por eminentes maestros como Matsuo Basho y con una tradición propia en la lengua española que comprende desde el mexicano Juan José Tablada hasta Octavio Paz y Jorge Luis Borges.
“Me gusta la métrica del haiku pero no me siento cómoda con otras características como la relación con la naturaleza, porque soy una persona muy urbana. Quise que el posible lector supiera que estos poemas tienen algo del género y también que no creo que sean haikus en el sentido tradicional. Encontré la solución con el título del libro”, explica Shua.
No son haikus, el libro publicado por Emecé, presenta entonces un conjunto de poemas que se ajustan a la forma tradicional y sustituyen la naturaleza como tema dominante por escenas prosaicas de la vida cotidiana en Buenos Aires, la ciudad donde Shua nació en 1951: el cielo recortado entre los edificios, el tránsito, los paseadores de perros, la gente que sale a correr, la ropa tendida que “florece en primavera/ en las terrazas”.
Shua aclara que no es la única escritora de haikus urbanos: “si buscás en Google vas a encontrar ejemplos de muchos otros autores, incluso en Japón”. Sin embargo en sus versiones resuena un intenso afecto hacia la ciudad, “mi Buenos Aires”, a la que odia y ama por igual, según escribe, y descubre pobre y a la vez “cargada de joyas”.
A pesar de las advertencias, la naturaleza tiene un lugar en No son haikus a través de observaciones sobre el rigor del verano, los espejismos de la primavera, la visión de los árboles en el paso del otoño al invierno. Claro que Shua puede admirar a unos pájaros, pero desconoce sus nombres y no le importa porque “vuelan,/ con eso alcanza”.
Toques de humor
El sello de Shua se encuentra en el humor, un aspecto poco común en el género que da el registro frecuente de los poemas. “El grillo canta/ exquisito en la noche”, plantean por ejemplo los versos iniciales de un haiku, pero el último cambia de tono: “Quiero matarlo”. El acento también puede ser melancólico, al evocar las figuras del padre y la madre o apuntar una reflexión sobre la memoria.
El humor no es el único vínculo de No son haikus con la obra de la autora de las novelas Los amores de Laurita, La muerte como efecto secundario y Gorda, su última publicación en el género. La restricción formal y la brevedad remiten también al microrrelato, otra forma literaria en la que Shua es una escritora de referencia, reconocida entre otras distinciones con el Premio Internacional Arreola de minificción (México, 2016) y a la que le dedicó un libro particular: Cómo escribir un microrrelato. “Los límites son posibilidades. Es mucho más fácil trabajar cuando hay un marco preciso para la escritura”, afirma.
El haiku presenta “una pequeña revelación que condensa a su manera el sentido (o el sinsentido) del mundo”, anota Shua en la introducción del libro. “Esa es la literatura –agrega, en la entrevista-. Uno escribe para tratar de darle sentido a lo que no tiene sentido, a la realidad. Se trata de crear un cosmos a partir del caos absoluto, un caos infinito del que uno toma pequeños elementos para construir, en el caso del haiku, un minúsculo mundo coherente”.
Los poemas del libro “fueron haikus desde un principio”. Shua empezó a escribir los textos en 2006, después de leer un haiku célebre de Basho (“Ese antiguo camino/ que ya nadie recorre/ salvo el crepúsculo”) y la extraordinaria antología El libro del haiku, traducida y anotada por Alberto Silva. “Seguí escribiendo, no todos los días, no todas las semanas; de pronto tuve ataques de haikus, por un mes o dos meses escribía de manera constante, después lo dejaba por unos meses y volvía a empezar”.
La poesía en el debut
Shua comenzó su trayectoria como escritora con un libro de poemas, El sol y yo, publicado a los dieciséis años. Recibió un premio del Fondo Nacional de las Artes, pero no volvió a escribir poesía y No son haikus tampoco supone un regreso a los orígenes literarios: “No siento que haya dejado la poesía sino que la poesía me dejó a mí. La poesía me abandonó, se ha ido por caminos muy particulares”.
No se considera buena lectora de poesía y hubo un momento en que se apartó del género. “Tuve esa revelación con un libro de Saint-John Perse –dice Shua-, pero ya desde el mismísimo César Vallejo sentí que la poesía había dejado de interesarme, y muy concretamente dejé de entender la poesía del siglo XX. Siguió gustándome en cambio la poesía del siglo XIX, la vieja idea de la poesía, como quien disfruta de las sinfonías pero no puede apreciar la música contemporánea. Y uno no debe escribir lo que no lee”.
Shua define esa relación particular con la poesía en un haiku: “Viene el poema,/ te cambia la mirada/ y te abandona”. Y también que no le parecen importantes las etiquetas ni las clasificaciones sino los efectos que producen los textos, las iluminaciones que posibilitan sobre el universo y sobre la propia literatura: “El haiku es como una foto o como un videíto, porque a veces tiene movimiento y sonido”.
No son haikus, de Ana María Shua (Emecé).