Una zanja y un amor. Una nación llamada Argentina que todavía está en proceso de construcción. Litigios entre pueblos originarios y hombres blancos. Y un deseo impostergable e irrefrenable de concretar algo de sentido en un mundo (ese país naciente y enorme) donde todavía estaba todo por hacerse (incluso el encuentro entre un cuerpo y su objeto deseado). La mujer del malón (Random House) es una novela que puede ser considerada histórica pero que elije correrse de cualquier lugar de comodidad. Al escritor Daniel Guebel (Buenos Aires, 1956) se le ocurrió mientras lavaba los platos.
¿Será por ese desvío rudimentario que se lee como una historia donde el lector puede encontrar la felicidad de la creación? Dice Guebel: “Cada vez más apuesto a la dicha de la escritura ya que el resto de las actividades de la vida ofrece menos posibilidades”.
Esta es una dicha que se puede percibir en toda la obra de Guebel. Una obra muy variada y diversa en la que hay libros tan disímiles como La vida por Perón, La perla del emperador, Derrumbe, El hijo judío o El absoluto, entre otros. ¿De dónde viene ese ejercicio de mutación constante?
“Cuando saqué mis primeros dos o tres libros me encantó creer que parecían escritos por personas diferentes. Eso me hizo pensar que podía convertirme en todos los escritores de mi biblioteca. Yo trabajo por ampliación de zonas y por cortes, donde ingreso a zonas distintas. Me gusta cuando eso ocurre, cuando surge algo que no esperaba ni podía prever de mí mismo”, cuenta Guebel.
Su propio espacio literario
Narrador, periodista y guionista, Guebel fue armando su propio espacio en la literatura argentina. Y a su modo, cada uno de sus textos narra una aventura muy particular que puede ser un diálogo con la historia o con su propia existencia o, quizás, con su biblioteca.
Explica: “Siempre hay como dos libros cuando uno escribe: el libro de los recuerdos de la vida y otro es el libro de los recuerdos de los libros que uno escribió”. Así es como avanza en su escritura. Por eso tiene muy claro cuándo terminar un libro y pasar al siguiente: “Una historia para ser considerada una novela tiene que mostrar su proceso de agotamiento, la extenuación de sus materiales”.
Y además es implacable respecto de lo que no quiere en sus textos: “La corrección, para mí, es una tarea de reforma moral o de corrección espiritual. Cuando veo que mi narrador se hace el canchero y proyecta a través de él una imagen piola del escritor, borro y elimino. Una tentación de los escritores que me precedieron era esa, es la peor marca de Cortázar, la petulancia de Olivera y de sus clones Calac y Polanco. De ahí a Saer luciéndose con los sobreentendidos de sus personajes de intelectuales rosarinos, los tríos en los que participa Renzi, el alter ego de Piglia, las fellatios que vez tras vez recibía Juan Minelli, el alter ego de Juan Martini… todas esas interpolaciones de la figura de autor para quedar bien con el comisario literario o presumir, y que oscilan entre la andropausia y la vanidad. Bueno, en la corrección todo eso desaparece o se convierte en farsa, y mis personajes se idiotizan, se vuelven impotentes, cornudos, las mujeres los dan vuelta”.
La mujer del malón es un libro que juega con algunos hombres reales de nuestra historia (Alsina y Alfredo Ebelot) pero incluye guiños metaliterarios (desde la gauchesca hasta Kafka) y fantasías varias alrededor de lo femenino. A Guebel le gustan las superposiciones de universos y la acumulación que proviene de una deriva espontánea. En diálogo con Clarín Cultura, habla de este último libro pero, tal como ocurre con sus historias, la conversación deriva hacia lugares inesperados.
–Pareciera que sos muy feliz escribiendo. Tus historias se leen como una literatura de la felicidad. Siguiendo esa estela, ¿representa algo para vos la instancia de publicación?
–No hay punto de comparación entre el acto mismo de escribir y la publicación. Cuando uno escribe uno va de un punto inicial que puede ser un deslumbramiento o una cosa insignificante alojada en un espacio mental que comienza a ampliarse y te va ocupando. Después, una vez que el libro es publicado, no es más que un objeto entre otros miles de objetos que están en el mundo. Es como una nave espacial que se va perdiendo en los confines. Por supuesto, pasa a manos de los lectores, y a uno se le acomoda en una especie de biblioteca mental. Cada libro con su pequeño destello de singularidad, que cada tanto parpadea.
Una vez que el libro es publicado, no es más que un objeto entre otros miles de objetos que están en el mundo. Es como una nave espacial que se va perdiendo en los confines.
–Viendo los libros que publicaste este último tiempo, es evidente que tus intereses son muy variados. ¿Cómo es tu proceso creativo hasta llegar a un a historia?
–Hay dos operaciones: condensación y desplazamiento. Condensación porque uno va leyendo distintas cosas adentro de un azar absoluto y de pronto algo te llama la atención. Y desplazamiento porque eso después se dispara hacia lugares inesperados. Por ejemplo, La mujer del malón condensa elementos diversos en su génesis. Yo venía pensando en dos textos de Kafka: La construcción de la muralla china (un texto sobre lo interminable de una construcción) y La madriguera (un animal fantástico que narra su recorrido infinito bajo tierra). Por otra parte recordaba La guerra al malón del Comandante Prado, que es su experiencia en la lucha con los indios. En un momento cuenta que los indios no tenían problema en negociar tierras a cambio de dinero o bienes. Y escribe Prado: “El estado argentino no hay acuerdo que haya hecho que no haya defraudado”. Es la idea de un fraude constante del estado argentino respecto de los indios, que desencadena la violencia de estos, el malón, como una especie de reclamo. Por otro lado me acordaba de la disputa entre la disputa actual entre los mapuches y el estado argentino, que enfrenta a dos lógicas y dos sistemas de argumentos inconciliables. Por último, mientras lavaba los platos, escucho un programa de Dolina en el que cuenta que Roca, adversario político de Alsina, comenta más o menos así el proyecto de la zanja: “Este boludo de Alsina quiere hacer la muralla china pero invertida”. Entonces me dije: “Claro. En Argentina, la muralla china es un pozo”. Y estaba la vieja idea de que si uno hace una excavación en Argentina llega a Shangai. Ahí apareció la novela. Y casi al terminarla, me di cuenta de que había otra novela que trataba el asunto, publicada hace un par de décadas: En esa época, de Sergio Bizzio. ¡No me había acordado! Le avisé, claro.
–La mujer del malón se mete con un momento histórico donde todo estaba por hacerse en Argentina. Incluso pensando en términos eróticos: considerar si realmente hubo rapto de la protagonista femenina o lo que existió fue su deseo por el malón. Esa es una tensión impresionante que toca la sensibilidad masculina.
–El indio es lugar de deseo por lo otro, el otro absoluto, y el terror absoluto, claro. Pero la novela también es sobre el conflicto de las civilizaciones. Vos tenés a Alsina como hombre blanco enamorado de una mujer blanca que va hacia la otra civilización. Y además tenés a Alsina como un hombre blanco de una civilización naciente y marginal, la argentina, enfrentado con la tradición cultural francesa representada por Alfredo Ebelot, el ingeniero que construye la zanja. Además está la oposición hombre/mujer, que es el gran otro para el hombre. Alguien me dijo que La mujer del malón es una novela feminista. Yo creo que sí. Al menos espero que sí. Para los hombres de este libro, una mujer sigue siendo un misterio inapresable, un enigma, una postergación, un intento de recuperación que nunca termina de concretarse. Quizá para el resto de los hombres también. Y que se jodan. Nos jodamos.
–La indagación de lo femenino aparece en muchas de tus novelas como una investigación y una pesquisa.
–En esta novela la mujer es el motor de todo lo que sucede pero pronto desaparece, apenas hay vestigios de ella. Es la mujer que se quiere recuperar, es la amada distante. Luego, cuando aparece, da muestras de ser distinta de lo que Alsina espera. Si se quiere, también se puede leer esta historia como el relato de la irrupción, del malón de la literatura femenina en el campo de la literatura argentina.
–¿En La mujer del malón hay una intención de ver este presente histórico desde un viaje al pasado?
–Lo que hay es una mirada festiva y dramática en los litigios. De todas formas hay una larga tradición en la literatura y que para mí es central en lo que hago: el modo en el que alguien conquista algo y tarde o temprano se convierte en lo que conquistó. Porque la formación de la Argentina es la formación de las mixturas. Antes de la llegada de los españoles, el indio no conocía al caballo ni a las vacas. Y en ese aspecto se trata de una función de intercambios desiguales, de quién tiene el poder, quien se queda con lo que tiene el otro y quién sobrevive. La disputa por el territorio es el elemento básico de la tragedia, por los bienes y por la sangre. Eso está claramente marcado desde, digamos, Antígona. La disputa por la legalidad y la tierra no tiene solución posible, solo hay acuerdos políticos momentáneos y rotura ulterior de esos acuerdos de acuerdo a las posiciones de poder.
–Hablando de mixturas pareciera ser que el racismo no es un tema aceptado como un problema argentino.
–Las patologías de exclusión son fundantes tanto de los estados como de la ilusión de singularidad de las personas. Es decir, cuando se dice “no te mezcles con los villeros” o “la villa es mi lugar y acá los blanquitos no entran”. Pero hay interpenetraciones y circulaciones constantes.
–¿Argentina es racista o no?
–Como cualquier país. La disputa entre del actual gobierno y los partidos de derecha con los piqueteros es una disputa de exclusión que reproduce las condiciones de disputa del estado nacional argentino respecto de los indios. Los piqueteros son los indios del presente. A los que este gobierno no les quería dar ni comida hasta que se armó el escándalo.
–Tenés libros muy distintos entre sí. ¿Esta diversidad construye una obra?
–¡Ojalá! Me parece que hay obras de escritores que mueren antes de la muerte del escritor, porque ese escritor cree que tienen la vaca atada. No hay que entregarse a eso. En ese sentido, no sé si hay evolución en la escritura sino deriva. Aparecen periodos. Una vez alguien me dijo que le gustaba mi periodo de la década del 90. Claro, él tomó de mi literatura lo que le servía y listo. Son ciclos. Hay escritores que mueren mucho antes que el día de su muerte, cuando encuentran excesiva satisfacción en su proyecto y se ponen a cultivar su quintita. Mucho cuidado con la gloria.
Daniel Guebel básico
- Nació en Buenos Aires en 1956.
- Escritor, dramaturgo y periodista, es autor, entre otras, de las novelas Arnulfo o los infortunios de un príncipe, La perla del emperador (Premio Emecé y Segundo Premio Municipal de Novela), Los elementales, Matilde, Cuerpo cristiano, El terrorista, Nina, El perseguido, La vida por Perón, Carrera y Fracassi, El caso Voynich, Mis escritores muertos, Enana blanca y El sacrificio.
- Además, escribió los libros de cuentos El ser querido, Los padres de Sherezade, Genios destrozados y Tres visiones de Las mil y una noches.
- En teatro publicó Adiós mein Führer, Tres obras para desesperar, Padre y Pornografía sentimental.
La mujer del malón, de Daniel Guebel (Random House).