Un colchón no es un colchón. Al menos, si de los colchones de Marta Minujín se trata. Hasta el 28 de este mes hay una oportunidad lindísima de constatarlo: en la entrada del CCK, sus colchones forman una mega obra transitable, a puro color, en la que ella propone susurrar un deseo. O sea: cuando la realidad aplasta e imaginar parece un privilegio, la artista te planta en flúo “La escultura de los sueños”.
La obra de Minujín, con su pinta alegre e ingenua, siempre desafía, provoca, sacude, despabila. Su gran Partenón con libros prohibidos durante la última dictadura que el público pudo llevarse, montado a comienzos de la democracia en la 9 de Julio, es elocuente. Pero también expuso durante la Bienal de San Pablo de 1978, en el inicio del declive de aquel régimen militar, un obelisco acostado: “símbolo fálico planchado”.
Lo más interesante es que, a diferencia de buena parte de las vanguardias artísticas modernas y post y tal y tal y como ocurre con lo mejor del pop art, el trabajo icónico de Minujín revolucionó sin violencia incluso al hablar de violencia.
Sus colchones recorrieron un largo camino. Los de la obra del CCK pasaron por Times Square, Nueva York, a fines de 2023 pero la idea de invitar a imaginar tiene aún más potencia como antesala de la Feria del Libro Infantil y Juvenil en vísperas de las vacaciones de invierno. Es que los chicos suelen sacudirse los prejuicios sin tanta vuelta para pasarla bien. La letra con placer entra y, si no, no importa: quién te quita el placer de haber jugado.
La reina argentina del pop art empezó a usar esos objetos domésticos en la década de 1960 para invitar a poner el ojo en la sociedad de consumo y lo cotidiano, ordinario, supuestamente trivial, es decir, la vida misma.
Minujín contó que sus obras emblemáticas con colchones nacieron en París en el invierno de 1963, cuando ella tenía 20 años, había ganado una beca y vivía en un departamento que no tenía calefacción. “Para no congelarme, armé una carpa de nylon y metí el colchón adentro”, señaló.
La realidad es que un año antes los colchones ya habían aparecido, de otra manera. En una muestra porteña Minujín mostró el de su cama sobre una estructura de cartón con la leyenda: “Hay que hacer algo, hay que sacudir un poco o un mucho a este ambiente antes de que nos trague a todos en la grisalla -grosso modo, pinturas grises con relieve- de su indiferencia, de su derrotismo, hay que afirmar la vida”.
El contexto es la clave para interpretar una obra de arte. Recordamos los años 60 a través de los hippies, los Beatles, la píldora anticonceptiva y sigue la lista. Acá los evoco como la época en que Minujín tiró colchones por la ventana, los presentó en el happening (acción artística) Revuélquese y viva y puso motoqueros en slip en la peatonal Florida pero una chica común llevaba su minifalda en la cartera, se la ponía para estar dentro del Instituto Di Tella –el semillero de vanguardias artísticas- y se la sacaba para volver a su casa tranquila, según contó John King en el libro El Di Tella.
Minujín expuso sus colchones entrelazados como amantes, revueltos, pálidos y en flúo como alusión al mundo contemporáneo, quizá por lo abiertamente artificiosos que resultan esos tonos.
“En los colchones pasamos más de la mitad de nuestras vidas. Nacemos, dormimos, hacemos el amor. Y hasta nos pueden matar”, resumió la artista. Cada vez que los usa para crear, uno intuye que, ante ellos, nunca estará todo dicho.