Cuando llegó a la librería Eterna Cadencia esta mañana, la escritora mexicana Isabel Zapata (Ciudad de México, 1984) se encontró con un perro negro. “Una Troika”, observó su acompañante. Y listo. No había nada más que aclarar. Porque desde hace algo más de un mes, cualquiera que haya leído la novela más reciente de la autora de In vitro o Una ballena es un país pensará en esa mascota de pelo largo y negro, que si bien no es la protagonista sí es objeto central de la historia. “No existe como tal –ataja ahora–. Es la suma de muchas perras que tuve y de otras que conocí”. No importa: Troika existe porque ella la inventó y nadie puede olvidarla una vez cerrado el libro que lleva ese título.
En un rato apenas, será de noche en la ciudad de Buenos Aires. Zapata está aquí para completar las cinco semanas de trabajo intensivo que le ofrece la Residencia de Escritores Malba durante mayo y junio (con el acompañamiento de Ampersand). Comparte la lista de invitados con la chilena Alejandra Costamagna, la brasileña Carol Rodrigues (que fue la primera en llegar), la española Sandra Santana y el ecuatoriano Ernesto Carrión. Su proyecto estará dedicado a Montaigne, etcétera, un poemario en el que lleva años trabajando y que recorre la vida de Michel de Montaigne.
“Es un personaje fascinante y mucho más divertido de lo que suele creerse –dijo meses atrás a Clarín Cultura–. Yo lo leí por primera vez en la universidad y luego me adentré en su obra con mayor profundidad durante la maestría (estudié filosofía en la New School for Social Research, en Nueva York). El estatus del señor de la montaña como escritor canónico, su lugar en la cima de la tradición ensayística, a veces han actuado en su contra porque las personas lectoras suelen acercarse a él con cierto temor y con una solemnidad que a no le habría gustado. Por eso me interesa abordarlo en un libro, para abrir una perspectiva más cercana”.
En un rato apenas, será de noche en la ciudad de Buenos Aires, pero ahora Isabel Zapata ya ha posado para las fotografías que acompañan este diálogo y en la biblioteca del Malba se genera un no-tiempo de penumbras que avanzan detrás de los vidrios, en esa urbe ruidosa y espasmódica. De este lado de los ventanales, el tema es una perra, varios libros y un francés nacido en 1533.
–Quiero comenzar preguntándote por el concepto de género. Tus libros parecen siempre estar escapando de los formatos tradicionales, pero Troika (Rosa Iceberg) es claramente una novela. ¿Cómo te llevás con las clasificaciones que ordenan el panorama literario?
–Al escribir, en efecto, yo no pienso mucho en el género que va a terminar teniendo un texto. Incluso, creo que estorba de pronto como escritora que, al entrar a un tema o a un texto, lo haga pensando en qué forma va a tomar. Porque los textos exigen su forma con el tiempo. Igual, tengo amigas y amigos poetas que sí tienen más definido eso de entrada, lo mismo con quienes son ensayistas o narradores. Yo me consideraba poeta en una época (porque lo primero que escribí fue poesía y tengo todavía algunas de esas mañas). Ahora, me interesan mucho los libros que tienen esta naturaleza más híbrida. Y no híbrida en el sentido experimental. Por ejemplo, Troika no creo que sea una novela en todo el sentido de la palabra: tiene una trama y unos personajes, pero me gustaba la idea de insertar partes que ensayísticas o líricas. Creo que un género puede enriquecer a otro. En cuanto a los géneros, ese orden les sirve a los editores o a las bibliotecas y a las librerías.
Todas las integrantes de Antílope somos escritoras y apreciamos este tipo de libros que rompen con la idea del género.
–¿Qué pasa cuando trabajás como editora en Antílope?
–Aunque me interesen los libros que intentan romper esa lógica o no ponerse límites derivados del género, Antílope sí tiene una colección de poesía tal cual. También tenemos novelas. Como editora tiendes a querer clasificar un libro de inmediato. Pero justo ahora tenemos un premio que convocamos el año pasado que ya está en las últimas fases y que es un premio para lo que llamamos “libro raro”. Todas las integrantes de Antílope somos escritoras y apreciamos este tipo de libros que rompen con la idea del género. Y no solo me refiero a la narrativa o el ensayo, sino en general: unas memorias o una autobiografía o una crónica. Pensamos de una manera un poco más abierta.
–Se ha dicho que algunos de tus libros trabajan la autoficción. ¿Qué es lo que te interesa de esa clase de literatura?
–Esto se lo leía a Alejandro Zambra en una entrevista y coincido: todos los libros son un poco autobiográficos. Es decir, no hay manera de escaparte de ser autorreferencial más o menos explícito. Puede ser que no estés escribiendo algo que te sucedió tal como sucedió, pero incluso si escribes ciencia ficción o literatura de la imaginación, fantasía, siempre hay algo del autor o la autora que está puesto en los libros. Por otro lado, cuando hay una narración que puede parecer muy ligada a la memoria o a la experiencia personal, también ahí hay mucho de ficción porque la memoria es ficción, es un ejercicio de ficción y de imaginación. No hay tal cosa como tener acceso a las personas que fuimos. De hecho, ni siquiera tenemos acceso a las personas que somos. Me interesa la literatura del yo y creo que está pasando por un momento de popularidad. Y como pasa en cualquier género o corriente de escritura, hay libros malos y libros buenos. Yo nunca leo un libro preguntándome si lo que me está diciendo el autor o la autora le pasó. No me interesa, excepto que esté leyendo una biografía. Deberíamos de leer así. Otra cosa que creo es que hay un prejuicio que está asociado con la escritura de yo y que tiene que ver con el machismo. Esta literatura está muy asociada actualmente con la escritura (entre comillas) de mujeres. Y se la considera como unas vivencias privadas, íntimas, que no pertenecen al ámbito literario. Frente a ellas están los géneros universales (otra vez entre comillas) que son los géneros de hombres. Nunca he escuchado a nadie decir: ‘Bueno, otro libro sobre la guerra’. Estas experiencias típicamente masculinas (no exclusivamente, pero típicamente) no suelen ser tildadas nunca como agotadas. Pero las experiencias más típicamente femeninas, como la maternidad que es un gran ejemplo, ya está siendo tildada como agotada. ¿Pero cómo se va a agotar como tema si es el más universal que existe? Mucho más universal que la guerra o que un señor con penas de amor en una cantina. Por eso, como cualquier corriente cualquier y moda literaria, va necesariamente a traer libros buenos y malos. Pienso en Annie Ernaux, que ganó el Premio Nobel de Literatura y que escribe este tipo de libros. Hubo una nota en El País que se preguntaba a quién le importa lo que le pasa a ella. Pues está en cómo se escribe. En la forma está todo.
–Si pudieras elegir un autor o una autora como el o la que te gustaría escribir, ¿quién sería?
–Natalia Ginzburg es una escritora a la cual siempre vuelvo. De repente, cuando me atoro escribiendo algo, una referencia muy constante que tengo y que tiene un tipo de escritura que parece muy sencilla, muy transparente y accesible, aunque esos libros son los más complicados. También la poesía me gusta mucho. Leo mucha poesía mexicana contemporánea, leo a colegas de mi generación y tengo también una obsesión con Michel de Montaigne, que es este el motivo de mi visita para acá. Él es también alguien a quien he vuelto mucho en los últimos años. Encuentro en él como un oráculo al que puedes recurrir y en el que encuentras respuestas para cualquier cosa. Me gusta porque no son respuestas tajantes o definitorias, sino que está todo el tiempo en esta búsqueda, pues es el gran maestro del ensayo, de la tentativa al escribir. Uno se acerca a los libros en busca de respuestas, pero sabiendo que no vas a encontrar respuestas, sino preguntas para seguir avanzando.
–Hace un momento referías a la memoria como una construcción y es una mirada interesante porque son tiempos estos en los que parece imperar la idea de la autenticidad: líderes políticos groseros o despiadados son votados porque “son auténticos”. ¿Importa lo auténtico?
–Esta idea de que la memoria es una construcción en este momento es un poco incómoda o sí revolucionaria incluso. No solo cuando pensamos en recuerdos inventados, sino también cuando pensamos en quiénes somos, en nuestra identidad. Además de lo sucedido en los hechos y que puede ser comprobable, también estamos hechos de, por ejemplo, las cosas que nos habría gustado que fueran de cierta manera. Tú también eres tus deseos, tus miedos, ciertos traumas, ciertas alegrías. Eres una serie de cosas que quizá no son tangibles o rastreables y, sin embargo, te constituyen. Cuando construimos nuestra identidad no sé si la autenticidad tiene cabida realmente, y menos cuando hablas de la infancia: no tenemos real acceso al niño que fuimos; lo que recordamos de nuestra niña es todo una mezcolanza de cosas, por eso hay que construir. Vivimos en una época donde encuentras a gente tan convencida de lo que te dice, que yo siempre vuelvo a Montaigne que se pregunta cómo podemos estar tan seguros de algo si yo ni siquiera sé lo que pienso de algo. Y no se trata de relativizar todo, de caer en el nihilismo, sino de construir también cierta tolerancia y empatía desde el escepticismo y desde no estar tan seguros de quiénes somos y tan seguros de cómo es el mundo, que está en constante cambio y en constante crisis.
–¿Cuáles son las cosas que permanecen en la mujer que sos hoy, de la niña que construís a partir de recuerdos y a partir de la ficción en Troika?
–En realidad, lo que yo hice fue ficción. Crecí en la misma época que Andrea, la protagonista, entonces hay mucho de la infancia de esa de esa niña que comparto. Pero para mí siempre fue un personaje, una mezcla de como mis hermanos me veían, como mis papás me veían. Lo que sí conservo y lo que sí es muy real (y lo central) es mi relación con los perros: eso sí es algo que intenté rastrear mucho y construir. Troika, como tal, no es un perro real: es una mezcla de muchos perros y de muchas cosas que me pasaron a mí y a otras personas. Lo que es real es esa naturaleza sagrada que tengo en mi espíritu con respecto a la relación que de niña tuve con mis perras y que sigo teniendo. Aunque ahora tengo, un perro macho por primera vez en toda mi vida. Siempre tuve perras y la semana pasada recogimos un perro que era macho y, ni modo, nos lo quedamos.
–¿Se puede escribir un libro como Troika sin haber tenido animales?
–Hay algo muy salvaje en los niños que vamos perdiendo con el tiempo, porque nos vamos domesticando. Hay algo de esa relación que se forma con un perro, porque es el único ser (en mi opinión) que vive en ambos mundos. Los seres humanos estamos muy domesticados y una guacamaya es muy salvaje, pero un perro es más o menos un ser humano y más o menos un animal salvaje. Y un perro y un niño es un binomio –el otro día alguien uso esa palabra y me gustó– que no se compara con nada más porque hay una complicidad de dos seres en ese límite entre estar a punto de domesticarse, pero todavía ser salvaje. Hay algo que a mí me dio crecer con perras que fue muy determinante en mi manera de entender ciertas cosas como el afecto, el apego, la intimidad, la confianza. Como adulta no entendería igual las cosas de no ser por los perros. Son aspectos constitutivos de mi carácter, que aprendí de ellas y que siento que ni mi familia ni otros animales me hubieran podido enseñar.
–¿Cuál fue la pulsión que te llevó a escribir este libro?
–El tema animal es el vehículo para hablar de otros temas que son la memoria y la posibilidad de desarmar su mecanismo. Y luego el duelo, visto desde adentro y desde afuera, que es la otra gran línea que atraviesa a los personajes por igual: en el caso de Francisca, de forma muy inmediata, pero también Andrea está atravesada por el duelo de un animal y el misterio involucrado en la muerte de esa perra. Siempre me ha interesado mucho la pérdida: de una persona querida, mudarnos de ciudad, cualquier renuncia que tengamos que hacer, incluso de escuela o de casa, y la huella que deja lo que perdemos en nosotros. También es una manera de ir en contra de la noción de que se usa mucho en estos discursos del duelo que impulsa a ser superado, que hay que sanar… siempre una pulsión muy moderna de huir de la tristeza. ¿Por qué no puedo estar un tiempo como quiero? Creo que también lo que perdemos nos constituye y lo que perdemos nos nos da cosas, nos transforma de maneras de las que creo que no debemos de huir.
Siempre me ha interesado mucho la pérdida: de una persona querida, mudarnos de ciudad, cualquier renuncia y la huella que deja lo que perdemos en nosotros.
–En toda obra hay líneas que enlazan a los libros. En el caso de In vitro o Una alberca vacía es más claro. Pero ¿de qué manera el nuevo poemario que estás trabajando acá conecta con tu producción previa?
–Yo siento como si un libro jalara a otro. Es difícil escapar, no solo como escritora sino en general como persona, a esos temas a los que volvemos. Cuando empecé Troika, por ejemplo, pensaba que iba a escribir algo completamente distinto, una novela, la historia con una perra… y, cuando llevaba la mitad, me dije que estaba escribiendo sobre lo mismo, desde otro ángulo. Está bien, yo no le huyo a eso. Incluso ahora, que estoy estudiando sobre Montaigne, tengo un poema en el que habla del duelo por sus hijas, que murieron siendo bebés. Es un poema que he disfrutado mucho escribir. Y pienso estoy estudiando a un señor del siglo XVI y ¡estoy escribiendo sobre el duelo de sus hijas! Cambia el ángulo, sí, pero al final me encuentro pensando en los mismos temas una y otra vez. Pero además hay otros temas que son muy importantes para mí en mi vida y que no están presentes en mi escritura: por ejemplo, la amistad. Nunca escribo sobre la amistad y sin embargo en mi vida es una presencia constante, tengo mucho amigos muy cercanos, son importantes para mí, dedico gran parte del día a hablar con ellos, a pensar qué necesitan, es algo que está muy vivo y sin embargo en mi escritura no aparece.
Isabel Zapata básico
- Es escritora, editora y traductora.
- Es autora de los libros de ensayo Alberca vacía (Argonáutica/UANL, 2019, reeditado en Lumen en 2022, y publicado en Excursiones bajo el título Maneras de desaparecer en 2022), In vitro (Almadía, 2021 / Excursiones, 2023) y los libros de poesía Las noches son así (Broken English, 2018), Una ballena es un país (Almadía, 2019 / Rosa Iceberg, 2023) y la novela Troika (Almadía / Rosa Iceberg, 2024).
Troika, de Isabel Zapata (Rosa Iceberg).
Isabel Zapata será entrevistada Ivana Romero el miércoles 5 de junio a las 19, en el Malba.