Las historias policiales están detrás de estos interrogantes. Buscan explicaciones y crean un espacio donde la racionalidad se descubre como el mayor rasgo de humanidad cuando todo se derrumba. El reconocido escritor Pablo De Santis (Buenos Aires, 1963) hace tiempo que viene generando interés con sus historias policiales. Y ahora acaba de publicar La cabalgata de las valquirias (Seix Barral) para seguir transitando ese camino: la ficción como una de las bellas artes, incluso cuando se mete con la sangre, la sordidez y secretos inconfesables.
¿Qué representa una muerte? Mejor pensarlo de este modo para darle mayor densidad y dimensión: ¿Qué significa un asesinato inserto en la sociedad actual? El policial como género, es sabido, es el que pone en relevancia los límites y los excesos en los que lo humano desdibuja su esencia o desborda su sentido. Matar y morir en tiempos actuales, tiene sentido preguntarse: ¿sigue significando lo mismo, continúa teniendo relevancia?
En un pueblo turístico de la Patagonia, Bosque blanco, aparece un cuerpo sin vida. Este es un territorio especialmente sombrío: con un volcán cercándolo todo con la erupción de sus cenizas, el clima se vuelve inhóspito. Este es el lugar al que llega un comisario, Conrado Nebra, para investigar.
Ahora bien, tratándose de una obra de De Santis es posible esperar una trama que va por delante de las expectativas del lector porque a medida que avanzan las páginas las sorpresas aparecen para darle a esta historia un gusto a placer intelectual.
Con un borde más realista que sus novelas anteriores, La cabalgata de las valquirias trata de volver a ese concepto de pueblo chico, infierno grande, pero desde lo policial para disponer las piezas desde sus propias reglas.
Periodista, guionista de historietas y narrador de historias juveniles, Pablo De Santis regresa al policial para seguir ensanchando su universo. En diálogo con Clarín Cultura habla de esta nueva novela, del policial como género en la actualidad y de cómo seguir escribiendo en tiempos donde la ficción parece siempre amenazada.
–Me interesa mucho tu figura de autor. Llegado a este punto de la historia, ¿te considerás un tipo de autor, digamos, clásico?
–Hay escritores que se muestran a través de sus libros y otros que se esconden detrás de sus libros. Creo que pertenezco a este último grupo. Como lector, tengo una mirada clásica sobre la literatura: me gustan la imaginación, el dominio técnico, la “autoridad narrativa”, como la llama Guillermo Martínez y el ingenio. Como dijo Chesterton, uno puede simular que es sabio, pero no que es ingenioso.
–En un momento, la novela dice: «La lectura de noticias policiales es ingrata: se busca le encarnación del mal y solo se obtiene la estupidez, el sinsentido y la locura». ¿Es así?
–Siempre escribimos a través de exageraciones, y hay que tratar de que esas exageraciones “rimen” con el carácter de los personajes y con el mundo narrativo. Escribir es exagerar.
–¿Qué buscan los lectores en una novela policial hoy en día?
–En las buenas novelas policiales hay una confianza en la verdad. Es un tipo de literatura que, aunque pueda ser sombría o trágica, nunca es del todo escéptica ni nihilista, porque es la expresión de la búsqueda de sentido, el afán por descubrir una verdad que se esconden al final.
–¿Cómo llegás a La cabalgata de las valquirias?
–Esta novela tuvo dos disparadores. Por un lado, viajes a la Patagonia andina, antes y después de la erupción del volcán Puyehue. Por otro lado, hace años mi esposa, Ivana Costa, asistió a una boda en Italia, y allí le contaron algo –una costumbre de algún pueblo siciliano– que es uno de los secretos de la novela. Uno siempre guarda cosas así en la cabeza hasta que llega el momento de usarlas. Mi padre tenía una caja con una etiqueta que decía: “Cosas que no sirven pero que no se tiran”. Es una buena descripción de la cabeza de un escritor.
–¿Que le aportaba a la historia el clima de pueblo chico al lado del volcán y las cenizas constantes?
–Creo que los pueblos chicos que aparecen en las novelas son una versión algo extendida de las casas de campo de Agatha Christie. Es bueno trabajar con un universo cerrado, donde los personajes se conozcan sin necesidad de acrobacias argumentales y casualidades insólitas. Como la tragedia griega, el policial siempre es una especie de novela familiar, donde aún los personajes más alejados se descubren cercanos. Aún en las novelas duras norteamericanas, donde detectives como Sam Spade o Marlowe se desplazan por toda la ciudad, en realidad visitan también una comunidad nucleada alrededor de una familia, o de un negocio, o de una estatuilla, como en El halcón maltés.
–Tus policiales tienen algo atemporal. ¿Es deliberado?
–En comparación con mis otras novelas, esta es más realista, y si bien evité hablar de fechas, se podría ubicar la trama en el presente, o unos años atrás. Siempre hay en la literatura una especie de juego entre lo concreto y particular y lo universal. Las primeras historias que nos contaron –cuentos como «La Cenicienta» o «La bella durmiente»– siempre apelan a rasgos universales. Se menciona un bosque o un castillo, y sabemos que no son tal bosque o tal castillo de tal país; pertenecen a la misma geografía que la de nuestros sueños.
–¿Cómo dialogan en vos la literatura juvenil y la policial?
–Una de mis primeras novelas para adolescentes, Lucas Lenz y el Museo del Universo, ya presentaba a un investigador, un detective de cosas perdidas. Y una de las más recientes, Quién quiere ser detective, que acaba de ser premiada en Italia en el Festival Letteratura Ragazzi di Cento, es un repaso por los libros policiales que leía de chico. Ahí aparece una ciudad imaginaria dedicada al género policial, donde las calles los teatros y los monumentos de las plazas homenajean a la señora Marple, a Sherlock Holmes o al Padre Brown.
–Esta novela tiene una prosa muy clara y diáfana. ¿Qué lugar le das a la prosa en la escritura? ¿Te considerás un escritor de tramas?
–Umberto Eco distinguía entre fábula y trama. Por fábula entendía el desarrollo de la historia en orden cronológico. La trama es el orden en que se presentan las cosas al lector. En el policial, fábula y trama nunca coinciden, porque hay una historia enterrada que solo se revela al final. Escribir es como construir una ciudad en miniatura. Es una maqueta que mostramos según cierto orden, hasta que todo queda a la luz.
–Pensando en esta nueva novela y en tu parte periodística, ¿Qué lugar ocupa el oficio? ¿Ayuda o no ayuda en la escritura de ficción?
–Empecé en el periodismo muy joven, a los 19 ya trabajaba en una redacción. El periodismo te da velocidad y confianza. Antes los periodistas vivíamos viajando por la ciudad o fuera de la ciudad, era muy raro que uno estuviera un día entero sin salir de la redacción. Vivíamos en un mundo más material. Además, las redacciones eran lugares muy vivos, visitados por personajes exóticos en busca de fama. El archivo, con sus estantes altísimos y sus infinitos sobres de papel madera, era como el Aleph en versión analógica.
–La literatura parece siempre amenazada. Ahora por la IA. ¿Qué pensás?
–No sé nada de IA, pero entre los muchos intentos por convertir a la escritura de ficción en sistema recuerdo Plotto, un libraco de más de quinientas de un olvidado autor de novelas pulp, William Wallace Cook. El libro, publicado en 1928, pretendía reunir, en sus combinaciones infinitas, todos los argumentos posibles, según un sistema numérico que no llegué a entender. Pero la escritura no es, desde luego, algo puramente argumental, es siempre una puesta en juego no tanto de lo que uno tiene y sabe sino de lo que carece e ignora. Siempre es lo que falta el motor de la ficción, y a la IA no le falta nada, de todo tiene de más.
La cabalgata de las valquirias, de Pablo De Santis (Seix Barral).
Pablo De Santis básico
- Nació en Buenos Aires, en 1963. Se graduó como licenciado en Letras en la Universidad de Buenos Aires. Trabajó como periodista y guionista de historietas.
- Ha publicado, entre otros libros, las novelas La traducción (1998), Filosofía y Letras (1999), El teatro de la memoria (2001), El calígrafo de Voltaire (2002), La sexta lámpara (2005), El enigma de París (2007), Los anticuarios (2010), Crímenes y jardines (2013), La hija del criptógrafo (2017) y Academia Belladonna (2021), todos en editorial Planeta.
- Entre sus libros para jóvenes están Lucas Lenz y el Museo del Universo (1992), El inventor de juegos (2003), El buscador de finales (2011) y Hotel Acantilado (2021), entre otros.
- Ha escrito también los álbumes de historieta El hipnotizador (ilustrado por Juan Sáenz Valiente), La cazadora de libros (Max Cachimba), Justicia poética (Frank Arbelo) y El castillo rojo (Matías San Juan).
- Ha recibido el Premio Kónex de Platino 2004, el Premio Planeta-Casamérica 2007, el Premio de novela de la Academia Argentina de Letras 2008 y el Premio Nacional de Cultura 2012, otorgado por el Ministerio de Cultura de la Nación.