03/05/2024

‘El diablo Arguedas’, la distopía de Keizman sobre la extrañeza de la actualidad latinoamericana


Betina Kleizman Foto Florencia Downes
Betina Kleizman. /Foto: Florencia Downes.

 La irrupción de un personaje monstruoso mezcla de diablo y hombre trastoca la vida cotidiana en una peluquería de una ciudad latinoamericana que es a la vez reconocible y desconocida, en una época que se parece demasiado a la actual pero que tiene sus propias reglas, en «El diablo Arguedas», la novela más reciente de la argentina Betina Keizman.

El personaje de la historia, publicada por Entropía, llega desorientado y no puede dar cuenta de su origen, ni de su identidad y, además, tiene un parecido inquietante con el escritor peruano José María Arguedas, con lo cual su figura de orfebre del lenguaje y de la prosa, etnógrafo y polemista sobre la esencia latinoamericana resignifica la historia y la colma de matices.

«Las pezuñas del aparecido están encharcadas en un caldo barroso. Paladea su propia saliva, de súbito amarga. No tiene cuernos. ¿Vendrá por su alma? ¿Qué busca el mercachifle? Mejor desconfiar, los trucos del diablo son miles, por ejemplo invocar esos vientos que sacuden el parque», describe la autora a ese extraño Arguedas, desde la mirada de Irene, su protagonista, que es una peluquera capaz de intuir su identidad y acompañarlo en su búsqueda de información.

Betina Keizman es escritora, traductora y crítica literaria. Estudió la licenciatura en Letras en la Universidad de Buenos Aires y se doctoró en Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México. Es autora de las novelas «Recurso de Amparo», «Los Restos», «El Museo de los Niños» y «El Secreto de Marlene Rochoell» y el libro de cuentos «Zaira y el profesor». Vivió en Chile, Francia, México y Argentina.

La autora conversó con Télam sobre su búsqueda de un género y una lengua ambiguos, capaces de disparar preguntas y de dar cuenta del extrañamiento del mundo actual.

-Desde el título, la novela reivindica al escritor y etnógrafo peruano José María Arguedas? ¿Por qué ese homenaje a más de medio siglo de su muerte?
-Es cierto. Arguedas no es un autor de moda pero me interesó rescatarlo. No soy una experta ni una estudiosa de su obra pero acababa de releer «El zorro de arriba y el zorro de abajo» y me interesó el tema y el tratamiento que hace desde el punto de vista lingüístico y formal. Ese libro es una mezcla de diario de escritor con escritura etnográfica que me resulta fascinante. Además está la polémica de Arguedas y Cortázar sobre el exilio y la literatura regionalista que me pareció interesante evocar.

Foto Florencia Downes
Foto: Florencia Downes.

– Aunque lleva el apellido del autor, el personaje es bastante enigmático. No queda claro si es un «diablo» como se lo denomina, un zombi, un fantasma…
-Intenté preservar esa ambigüedad. Quizás porque todos somos un poco zombis. Estamos desorientados como el personaje. Estamos desincronizados y entendemos que el mundo va hacia donde no debiera pero vemos que no podemos hacer nada para cambiar eso.

-¿Cómo construiste ese personaje para mantener la ambigüedad?
– Arguedas es un personaje difícil de catalogar. Por otro lado, busqué trabajar el humor en ese contexto y trabajar con el diablo en la tradición andina, que no está ligado a la tenebroso sino a lo pagano, al cuerpo, a lo festivo.

– La novela está narrada en una lengua que no es el español rioplatense, pero tampoco el peruano que podría hablar Arguedas ¿cómo la describirías?
-Sucede que yo viví en varios países de América Latina y fui incorporando modismos de esos lugares. Pero a la vez, analicé que, si el personaje tenía esa desorientación y no sabía muy bien quién era, eso también tenía que registrarse en su lengua. Por eso le construí un idioma «cocoliche», armado de palabras vacías y refranes. Busqué un extrañamiento del lenguaje y que esa lengua desubicase, e incluso, articulase con el humor.

– En esa búsqueda incluís un canto de Arguedas en lengua quechua…
– Sí. Encontré ese texto y también la traducción para poder incluirlo como homenaje al autor.

– En esa atmósfera de ambigüedad del personaje, tampoco queda muy claro donde transcurre la historia. Parece ser una ciudad latinoamericana pero en un futuro apocalíptico en el que hay nuevas reglas… Entre la identificación y la extrañeza siempre elijo la extrañeza, porque cuando la identificación se abre paso a fuerza de perspicacia o de potencia expresiva cristaliza en una materia perpleja. Lo mejor que la literatura nos regala es desconocernos.
-Se trata de una metrópoli latinoamericana pero en el marco de una distopía. Sucede que la distopía no termina de convencerme. Soy lectora de ciencia ficción pero la encuentro demasiado rígida.

– ¿Cómo lo resolvés entonces? ¿en qué género te sentís más cómoda?
– Prefiero un uso contaminado, tomar algunos elementos de esos discursos y armar algo menos moralista y menos dogmático. Construyo una mirada que también es «cocoliche», con elementos del territorio presente y del futuro, jugando con los anacronismos.

-Aunque la obra mantiene un tono cercano al humor, plantea contrastes fuertes entre los personajes de distintas clases sociales, al modo de «El zorro de arriba y el zorro de abajo», la emblemática obra de Arguedas.
-Claro. Está el desprecio por el migrante, la puja entre distintas clases. Eso fue surgiendo mientras iba escribiendo. Un ejemplo es la enumeración de insultos, que llegó mientras los personajes se iban desenvolviendo.

– Esta evocación de Arguedas surgió de una de tus lecturas recientes. ¿A qué otros autores leés?
– Soy una lectora voraz pero no me encapsulo en un género. Leo poesía y también narrativa. Ahora estoy leyendo a Ann Carson. Lo que me inspira a escribir, no es necesariamente la temática sino los recursos de la escritura que utiliza el autor, el uso del lenguaje. Me interesa la escritura ligada a lo potencial, a la imaginación.-T.: El personaje del diablo está desorientado, pero, curiosamente, para buscar conocimiento no recurre a los libros sino a las redes sociales…

-El diablo conoce el mundo desde el extrañamiento…
-Por eso busca en las redes pero carece de competencias. No sabe cómo buscar. No entiende lo que encuentra. Indaga distintos temas y encuentra información sobre el Alzheimer, sembrando la duda de si está atravesando esa enfermedad y no una desorientación.

Él busca pero de un modo que no le permite entender. No sabe filtrar. No es dueño de la situación. De algún modo eso está enunciado en la introducción en la que resaltó la dimensión poética en relación con el texto, la ambigüedad de la percepción que afecta al diablo, pero que también nos afecta a todos.





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