06/05/2024

‘En el interior la forma de decir es muy rica y nadie se cree poeta por eso’


Beln Zavallo
Belén Zavallo.

 Con una impronta poética y la atmósfera de la vida rural como marco que impregna todo el texto, la escritora entrerriana Belén Zavallo publica «El silencio respira como un animal», una historia estructurada en dos cartas, una al padre y la segunda a la madre, que reconstruyen la esencia de una familia fracturada, con la violencia machista de fondo y la maternidad de la propia autora como tema que aflora una y otra vez.

En la casa familiar de Zavallo el silencio dialogaba con el sonido. Su papá «le ofrendaba» el silencio como elemento dentro de la disputa y dejaba de hablarle. En cambio, el lenguaje estuvo siempre habilitado por parte de las figuras femeninas, de las abuelas, tías, primas y especialmente de su mamá. Entre las mujeres el mundo era sonoro y gracias a esto el lenguaje pasó a ser tu materia prima.

Zavallo es poeta y autora entrerriana, publicó «Lengua montaraz» y «Las armas» en 2021 y «Aspas» en 2022, y además recibió el tercer Premio Storni de Poesía y mención especial en el Premio Fray Mocho de Poesía. Editado por Híbrida, «El silencio respira como un animal» empieza de esta manera: «Todo lo que escribo es lo que no te voy a decir nunca.»

La primera carta está dirigida a su papá. Zavallo dice que esto es completamente honesto porque no habla hoy con él. Pero el vínculo ya estaba roto antes de que este libro existiera, y por eso ella no lamenta ninguna pérdida; por el contrario, la escritura le tendió un puente y abrió una alegría en torno a un tema que en la vida real había sido muy doloroso.

Hablando de su papá, la escritora recupera también rasgos de la identidad de muchos otros hombres rurales: la masculinidad enaltecida, la caza como actividad troncal de los varones, e incluso se cuela la amenaza de un novio que a los 18 años le propone casamiento apuntándole con un arma.

A veces, para que los varones no entendieran las conversaciones, las mujeres de su casa acudían a un código de lenguaje: cortaban las sílabas de las palabras y anteponían el prefijo «cuti» en cada una. Explica: «Zavallo sería cuti-za-cuti-va-cuti-llo». Y hablaban rápido de ese modo: el lenguaje como artificio de escape.

En cada carta de «El silencio respira como un animal», Zavallo despliega una prosa inclasificable, que se entremezcla con versos poéticos y define un nuevo dispositivo literario que se encadena con «Las armas» y «Aspas», en un árbol genealógico de obras que fusionan la vida en el interior, la violencia machista, los lazos familiares y la maternidad. En un diálogo vía zoom con Télam, la autora profundiza en el proceso creativo de su último libro.

La autora es entrerriana
La autora es entrerriana.

-El registro literario de «El silencio respira como un animal» tiene distintas aristas: una impronta poética, tramos de diario y una línea de trama que va del inicio al final. ¿Es un libro que fluye entre géneros sin definición?

-La literatura para mí es un espacio de libertad, el lugar en donde no tengo una estructura fija. En la literatura me permito todo el desorden posible. Este libro empecé a escribirlo jugando con un interlocutor padre y sin esperar publicarlo. Cuando vi en la contratapa que está presentado como cartas dije: ah, ¡qué bueno! son cartas. Fue un descubrimiento posterior. Tuve una necesidad de escribirlo, una voz que no podía contenerse. Y a su vez fue un juego de encastre: pensar cómo esta voz de hija podía dialogar con esos anzuelos que la van guiando hacia cómo decir, porque el tono y la modulación se acomodan según habla con el padre o con la madre. Hay un registro diferente en cada carta, pese a que voy machacando con la poesía, porque ahí explota el lenguaje con el mayor sentido posible. Trato de hacer ese trabajo de orfebrería con la palabra; nunca supe cuál era el género, pero sí me gustaba la idea de que alguien pudiera meterse a leer y pensara en cómo esa voz se gestó.

-En «Aspas» la madre y el padre van apareciendo de a poco, en cambio en este libro los capítulos están escritos directamente para ellos. ¿Eso fue pensado con algún objetivo particular?
-Cuando escribo estoy en diálogo con los autores que estoy leyendo. Si yo tomo distancia me doy cuenta que un libro con otro van profundizando en el álbum familiar roto. Una cosa se va emparchando con otra. Y también hay algo del daño, de las heridas o de los dolores, que es el lugar desde donde con la escritura se puede hacer algo estético. Algo bello o aproximado a la belleza. En «Las armas» empecé con el hábito de escribir, luego del abuso que sufrió mi hija. Porque sufrimos toda una vejación institucional, porque la justicia no funcionó, porque el sistema es patriarcal y la sociedad fue muy atormentadora. Y la literatura fue todo lo opuesto a eso: el lugar de refugio, de reparo. No sólo por poder hablar de la violación, sino porque hablando de eso podía hablar de otras chicas. Después de ese libro hubo personas que me compartieron sus historias, hubo una expansión que hacía justicia y reparaba. Ese era el afán: meterme dentro del lenguaje y poder hacer algo más, enhebrar y bordar algo que fuese bello con cosas que eran dolorosas. No me sale escribir ciencia ficción; me sale trabajar la vida dentro de la literatura. Después funciona como un aparato que no tiene que ver con la vida, pero a su vez hay un diálogo permanente.

-Lo rural y la experiencia de vida en el campo subyace a lo largo de toda esta lectura. ¿Hubo un trabajo en ese sentido, o es algo que se despliega naturalmente?
-Se piensa que la literatura tiene que ir hacia el artificio. Yo siempre voy a contramano de eso: si decimos después, ¿por qué escribimos luego? Si en el campo al cuello le decimos cogote, ¿por qué no puede estar esa palabra dentro de un poema? Incorporar la forma en la que hablamos, sobre todo sintiéndome entrerriana. Yo nací en Paraná, pero por el trabajo de mi padre vivimos mucho en Viale. Hubo una mirada de mi madre que yo fui mamando de ese traspaso entre la capital y el pueblo, donde cantaba el gallo de la vecina y nos despertaba, donde yo iba a la esquina de casa y veía el campo, los alambrados y los piletones que eran cloacas a cielo abierto. A una cuadra estaba el banco, la plaza, la escuela; en tres cuadras se resolvía la geografía. Y a su vez el habla siempre fue relevante, hay una tradición muy fuerte de la literatura en las mujeres de mi familia. Yo mamé toda esa extrañeza. En el interior del país es muy rica la forma de decir y de jugar con las palabras, y nadie se cree poeta por eso. El paisaje podía ser muy hostil, no era sólo un paisaje bucólico de ovejitas. A mis seis años un tipo pasó con una carretilla, me preguntó si era la hija de Don Zavallo, me dijo que me llevaba y a unas cuadras me tocó el elástico de la bombacha con una intención que yo reconocí porque mi madre siempre me había hablado de los cuidados. A los seis años supe que me habían querido violar. Y eso fue abajo de un puente al que mi hermano me llevaba para ver si había enanitos verdes, porque había tipo una ilusión de que pasara algo en un pueblo en el que no pasaba nada. Tipo Pedro Páramo.

-«El silencio respira como un animal» está orientado a un padre y a una madre, pero a su vez brota todo el tiempo la maternidad propia. ¿Cómo trabajaste ese cruce?
-Venía leyendo mucho a Jane Lazarre con «El nudo materno», o Tillie Olsen en «Silencios». Yo crié sola a mi primera hija, pese a que tiene a un padre que la reconoció pero que nunca se hizo cargo de la paternidad. Desde entonces miro con lupa cómo se ejercen los roles de las madres y los padres, y pensaba en como, en espejo, las cosas se siguen sucediendo pese a que incluso tenemos el feminismo. Dentro de la propia práctica tenemos instauradas cosas que siempre me hicieron ruido y que me sofocan. La maternidad es un escenario muy rico para tratar en la literatura, y además siempre estuvo muy desestimado que la mujer escribiera sobre esto. El peso que tiene la madre en una provincia es muy diferente al peso que tiene la madre en una gran ciudad, donde tienen hasta la opción de escuela con jornada completa. Y también me sucede que la mayoría de mis lectoras son mujeres, que se identifican con lo que escribo, y que quizás necesitan también que se encaucen estos temas que parecen domésticos pero que son de la vida pública.

-El tema de tu libro «Las armas», la violación que sufrió tu hija, también tiene una entrada en «El silencio respira como un animal». ¿Ese hecho sigue siendo central para vos y para tu literatura?
-«Las armas» me liberó, de cierta forma, de una carga emocional que tenía guardada. Y por eso yo lo siento como algo que punzó mucho más allá de lo que fue hacer la denuncia. Hoy hay gente que no denuncia porque sabe que en los aparatos institucionales no pasa nada; y a mí siempre me pareció que hay que hacer la denuncia, con todo lo que implica llevar el cuerpo ahí. Porque sino una se desvalida. Pienso además que la voz de la mujer siempre tiene un punto de abuso, en algún momento la quisieron colocar en el lugar de víctima. Mi hija fue víctima en ese momento y en ese lugar, pero después siguió siendo una mujer feliz, que se fue realizando. No es su rol en la vida ser víctima. El reparo vino por haberlo tramitado como correspondía, y se puede resarcir de algún modo el daño porque «Las armas» circuló por todos los pasillos del poder judicial y por el arco político entero de Entre Ríos. Hoy por hoy me llega un mensaje que dice solamente «Belén», y se demora lo que viene después, y yo pienso en algo amenazante sobre mis hijos. Me angustia mucho: el cuerpo permanece y recuerda. En «Aspas» hay un poema que dice «soy una madre en fuga», como alejándose de la hija, porque hay cosas que no se pueden hacer. Que arrasen tu cuerpo es un dolor, pero que le hagan algo a tu hija con maldad es mucho peor, porque no podés contener ni siquiera ese momento físicamente. Por más que una abrace, eso ya está hecho y es irreparable.





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